Por Federico Jiménez Losantos
En Enero de 1920 moría en Madrid Benito Pérez
Galdós, el mejor novelista español desde Cervantes. Y el mayor dramaturgo de
nuestro siglo XX, Ramón del Valle Inclán, escribía Luces de Bohemia, publicada
en la revista "España" de Julio a Octubre de ese mismo año. En ella
se vengaba del poco aprecio de Galdós a su adaptación de Marianela y le llamaba
"Don Benito El Garbancero", acuñación tan injusta como exitosa. El
creador de El doctor Centeno, Miau, Misericordia y otros prodigios de
sensibilidad, inéditos desde El Lazarillo, quedaba enterrado así como símbolo
de algo chabacano, zafio, indigno de aprecio y memoria.
En realidad, en esa obra genial sobre la
última noche de Max Estrella y Latino de Hispalis, por "un Madrid absurdo,
brillante y hambriento", en una de cuyas callejuelas, la de Álvarez Gato
("el Callejón del Gato"), Valle acuña el esperpento, la primera
figura "grotescamente deformada" según el canon del nuevo género es
la de Galdós. Y no es algo anecdótico. Con el gran novelista de la
Restauración, el genio del 98 enterraba la idea liberal de España que habita
los "Episodios" galdosianos, relegitimando todas las deformidades de
la España Negra. Valle dice volver a Quevedo y Goya pero se instala en la idea
tenebrosa de España acuñada por Las Casas y Antonio Pérez, para la que sólo
entrevé una salida, la destrucción: "¿Dónde está la bomba que destripe el
terrón maldito de España?" (Escena VI).
Definición política del esperpento
Siempre se cita la definición del esperpento,
que no pasa de ser una de las infinitas formas de lo carnavalesco: los héroes
clásicos, al pasar por los espejos del Callejón del Gato, quedarían deformados,
ridículos. Pero junto a esa fórmula grotesca, semejante a la del Entierro de la
sardina de Goya, aparece una ideología política que se basa en el descrédito de
lo español frente a lo europeo y que alcanza su más célebre y más estúpida
expresión en la frase orteguiana de esos mismos años: "España es el problema;
Europa, la solución". En línea con esa majadería, que cursa endémicamente
hasta hoy, Valle Inclán presenta el Esperpento como la plasmación estética de
una situación ética y política. El nuevo género sería la puesta en escena de la
vida pública española, un conjunto de muecas sin sentido, una serie de
instituciones sin valor, unos valores que no lo son más que por vía de
imitación. En definitiva, el esperpento vendría a demostrar que España no puede
ser, ya que no es lo que se supone que es: Europa.
¿Y qué se supone que era, entonces, la España
de 1920? Con todos los defectos caciquiles propios de la época –y de todas las
épocas, y de todos los países, hasta hoy- ¿no era la monarquía constitucional
española una de las fórmulas políticas más civilizadas de Europa? Por detrás de
Francia, Inglaterra y Alemania, las grandes potencias de entonces, claro, pero
por delante de muchas otras, que además no tenían que recuperarse de la guerra
contra Napoleón y las tres guerras civiles de liberales y carlistas.
Desde 1874, el de la Restauración canovista,
España llevaba 46 años en paz civil, prosperando más o menos, con los
conflictos sociales propios de su tiempo, pero siempre con gobiernos
constitucionales que no sólo eran fruto de pucherazos turnantes sino de la
adecuación a la democracia de un país en el que la mitad de la población había
vivido alguna de las matanzas turnantes desde 1808. De una nación en la que se
iba abriendo paso, cada vez con mayor autenticidad, la representación
democrática.
Ajenos a la realidad de su país, infatuados
por una superioridad de la que ya Larra se burlaba en su artículo "En este
país", Valle Inclán, como el último Galdós, convertido en pobre parodia
radical de sí mismo, pero sobre todo como el máximo pensador del 98, Unamuno, y
casi toda la Generación del 14 -Ortega, Azaña, Madariaga, Pérez de Ayala,
Marañón- despreciaban lo mucho que en España valía la pena no sólo reformar
sino conservar. Porque la soberbia del 98, acrecida en los del 14, despreciaba
a su país no por lo que seguía siendo o aprendía a ser, sino por lo que no era,
que solía reducirse a una palabra: París. El radicalismo estético era parejo a
la frivolidad política. Nunca tan gran artista como Valle enhebró tantas
majaderías como las del belén del Esperpento (Luces de Bohemia. E. XII):
"Max- Latino, la tragedia nuestra no es
tragedia.
Don Latino.- ¡Pues algo será!
Max.- El esperpento.
(…)
Max.- "Los héroes clásicos reflejados en
los espejos cóncavos dan el Esperpento, el sentido trágico de la vida española
sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada".
Don Latino.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
Max.- España es una deformación grotesca de
la civilización europea.
Don Latino.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.
Max.- Las imágenes más bellas en un espejo
cóncavo son absurdas.
Don Latino.- Conforme. Pero a mí me divierte
mirarme en los espejos del Callejón del Gato.
Max.- Y a mí. (…)"
El Esperpento toma los Ayuntamientos
Viendo el grotesco espectáculo de los
politicastros extremistas que han tomado posesión (PSOE mediante) de los
Ayuntamientos de todas las grandes ciudades españolas, diríase que el
Esperpento se ha hecho realidad, al menos municipal. La alcaldesa de Barcelona
es una actriz fracasada que se metió a activista contra los desahucios sin
haber sido desahuciada nunca. Su portavoz es una dizque actriz post-porno, que
se fotografía perniabierta orinando en la Gran Vía de Murcia, se baja los
pantalones en la Puerta de Brandemburgo y ejecuta con su compañera Llopis (ojo
al sarcasmo yeísta) diversas poses con bigote o sodomizando a un varón, quién
sabe si alcalde.
Madrid no se queda atrás en esta
actualización del esperpento: su portavoz es una de las asaltantes de la
capilla de la Universidad Complutense que, tras quedarse en top-less o en
sujetador, gritaban frases como éstas: "¡Vamos a quemar la Conferencia
Episcopal!", "¡Arderéis como en el 36!", "¡El Papa no nos
deja comernos las almejas!".
El nuevo concejal de Cultura del Ayuntamiento
madrileño, un tal Guillermo Zapata, se había solidarizado con un cómico llamado
Vigalondo que, tras decir que "el Holocausto es un montaje", había
sido expulsado de El País. Lo hizo mediante éste chiste antisemita: "¿Cómo
caben cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero". Al que añadió
éste: "Van a cerrar el cementerio de las niñas de Alcásser para que Irene
Villa no vaya a buscar repuestos". Y este otro: "Rajoy dice que va a
bajar el paro y va a encontrar a Marta del Castillo".
Pero se ha comentado poco que Zapata,
profesor de guionización cinematográfica en Cuba, dijo de la masacre terrorista
islámica en las Torres Gemelas: "El 11S fue un acontecimiento
internacional del miedo, de la soledad, del horror de las élites del mundo
contra sí mismas". O sea, nada que ver con el islamismo (¿quizás,
entonces, otro montaje judío?) y muy distinto del 15M madrileño: "un
acontecimiento colectivo, para mí casi tan potente como el 11S en términos de
acontecimiento internacional sólo que con el signo cambiado" (…)
"todo lo que hay por debajo del planeta, y, en nuestro caso, de modo
hiperlocal, en Madrid, en Europa y en diferentes nodos del mundo, un momento de
alegría, de imaginación, de producción de cosas nuevas, de rehacer la manera de
hacer política, de rehacer la vida… incluso de obviar esa cuestión de la
política y la vida y juntar las dos cosas para hacer otra vida".
¿Cabe más palabrería cursi, más
ensimismamiento logorreico? Cabe. En el Ayuntamiento de Madrid, cabe. El
concejal Soto dijo que habría que torturar y asesinar a Gallardón en la Puerta
del Sol. Y otro, García Castaño, dijo que habría que "empalar" a Toni
Cantó, a la sazón diputado de UPyD. Es verdad que, aunque expresando
abiertamente sus deseos de asesinar a los rivales políticos o riéndose de las
víctimas de los asesinatos genocidas, no han salido borrachos de la toma de
posesión de sus cargos, como los del Ayuntamiento de Zaragoza. Tal vez esperan
la reinauguración de la Checa de Fomento-Bellas Artes para brindar por el
futuro.
Lo malo de tanto esperpento es que no es
episódico, como toda farsa carnavalesca, sino que tiene vocación de
continuidad, como el esperpento de Cuba, de Venezuela o de Corea del Norte. En
realidad, lo trágico de la esperpentización de la democracia española es que no
parece escandalizar a nadie. O nadie se atreve a confesarlo. Ayer, en el
desfile del Orgullo Gay, la lucha contra la discriminación se tradujo en no
dejar desfilar a los del PP, o sea, en discriminar al partido más votado por
los madrileños. Y la figura más aplaudida fue Pablo Iglesias, cuyo gran héroe,
el Che Guevara, fue el creador de los campos de concentración para homosexuales
en la UMAP. El esperpento ha llegado al arco iris. Parece difícil ir más allá.
Pero iremos.
Libertad Digital
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