Por Juan Manuel de Prada
Algún día deberá empezar a escribirse la historia de las calamidades que EE.UU ha derramado por el mundo.
Algún día deberá empezar a escribirse la historia de las calamidades que EE.UU ha derramado por el mundo.
COMO el valentón del célebre soneto,
después de calarse el chapeo, requerir la espada y mirar de soslayo, el falso
mesías negro parece que no lanzará de momento su ataque contra Siria; no, al
menos, en las condiciones chulescas que había proclamado. Por supuesto, seguirá
financiando a los terroristas de Al Qaida que operan en Siria, facilitándoles
armas e instrucción militar, pero lo hará de matute. Las intervenciones
militares americanas son de dos clases: cuando logra embaucar a una cohorte de
tontos útiles o de pescadores en río revuelto, mediante declaración de guerra;
cuando los tontos útiles remolonean o los pescadores en río revuelto se
resisten, con estrategias de guerra sucia. Pero el ridículo del falso mesías
negro, cada vez más desteñido en su prestigio de engañabobos, ha sido
mayúsculo, estrepitoso, abracadabrante; y sus aspavientos de valentón venido a
menos tal vez sean recordados el día de mañana como el comienzo del ocaso de la
que ha sido la primera potencia mundial durante casi un siglo.
De este episodio vodevilesco
protagonizado por el falso mesías negro sale fortalecido Putin, la bicha del
Occidente neopagano, un tipo que ha financiado la construcción de mil iglesias
ortodoxas en todo el mundo durante el pasado año. Como nos enseña Joseph Roth
en La leyenda del santo bebedor, la gracia puede actuar a través de los tipos
más desastrados; y Putin, que tiene desde luego sus ribetes demenciales, en
esta hora aparece ante nuestros ojos como un gigante (sobre todo si lo
comparamos con el falso mesías negro), aunque su grandeza sea vicaria, pues no
es otra sino la grandeza de Rusia, que misteriosamente (o no tan
misteriosamente) se está convirtiendo en la gran esperanza de Occidente.
Quizá
porque Rusia ha sufrido mucho y ha hecho a sufrir mucho a los demás en el
pasado, este nuevo designio histórico que empieza a perfilarse en su futuro
resulta más consolador para las personas con un sentido teológico de la
historia. Por supuesto, todas las fuerzas confabuladas en la destrucción de
Occidente tratarán de impedir a toda costa esta resurrección de Rusia sobre los
escombros del comunismo y su conversión en una suerte de katejon u obstáculo en
los planes del Nuevo Orden Mundial.
Pero de momento, Rusia ha logrado
mostrar al mundo que las pretensiones americanas eran desquiciadas; y lo ha
hecho infligiendo a Estados Unidos una humillación que ni siquiera logró el
comunismo estalinista en su maléfico esplendor. Se la ha infligido, además, con
instrumentos diplomáticos, mientras el valentón de Obama se mostraba dispuesto
a defecar sus bombitas en Siria; y el remate o guinda de esa humillación ha
sido la carta dirigida por Putin al pueblo americano, en la que sirviéndose de
la retórica democrática ha ridiculizado la imaginaria democracia trasatlántica.
Ha sido una jugada maestra que, por supuesto, el falso mesías negro no va a
perdonar, sobre todo porque, siquiera por un momento, habrá permitido
reflexionar a mucha gente con las meninges destrozadas por el napalm de la
propaganda; y porque ha hecho tambalear la hegemonía americana, no sabemos aún
si para siempre. Sospecho que aquellos años en los que Estados Unidos
intervenía en cualquier paraje del atlas cuando le petaba empiezan a quedar
atrás.
Algún día deberá empezar a escribirse la historia de las calamidades que, con la excusa de «extender la democracia», los Estados Unidos han derramado por el mundo. Pero esa obra sólo podrá escribirla alguien con un sentido teológico de la historia.
Algún día deberá empezar a escribirse la historia de las calamidades que, con la excusa de «extender la democracia», los Estados Unidos han derramado por el mundo. Pero esa obra sólo podrá escribirla alguien con un sentido teológico de la historia.
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