Respondo a las
preguntas que para la sección Fe
Viva acaban de ser publicadas en el nº 29 de la revista Misión.
Especial Espíritu. La fuerza del perdón es tan poderosa que es capaz de
renovar nuestra alma. Por eso es tan importante participar de la Misericordia
de Dios para recuperar lo que el pecado nos quita.
Os presento en primicia unas hermosas acuarelas que evocan a los Mártires de la Puerta del Cambrón de Toledo.
Su autor, BRV, muestra preciosamente el momento del dolor y de la gloria. La
entrega de la sangre y el Corazón de Cristo vivo que conforta y recoge sus
preciosas almas.
¿Podemos perdonar cualquier ofensa?
Podemos y debemos. El Padrenuestro dice “perdona nuestras ofensas
como nosotros perdonamos a quien nos ofende”. Con ello, Jesucristo nos
indica que debemos perdonar porque
esta acción nos enriquece espiritualmente.
¿Tenemos que perdonar aunque no nos
pidan perdón?
Siempre. Cuando nosotros perdonamos a alguien que nos ha ofendido, le
restituimos su dignidad y ello hace que nosotros mismos también podamos ser
dignos de recibir el perdón.
¿Cómo debemos perdonar los
cristianos?
Es conocida la cita de C.S. Lewis: “No hay caridad cristiana, sino mera
justicia, al disculpar lo excusable. Para ser cristianos, debemos perdonar lo
inexcusable, porque así procede Dios con nosotros”. Dice Benedicto XVI: “perdonar no es olvidar, sino transformar”.
¿Dios perdona solo a través del
sacramento de la confesión?
Sí. Solo Dios perdona los pecados. El sacerdote lo hace porque Dios se lo
ha confiado y es en Su nombre en el que lo hace. En realidad, al confesarle los
pecados al sacerdote, se los estamos diciendo al propio Cristo.
¿Quedamos totalmente limpios tras
recibir la absolución y llevar a cabo la penitencia?
Sí. El fruto de la confesión, “no es sólo la remisión de los pecados,
necesaria para quien ha pecado. Produce una verdadera resurrección espiritual, una restitución de la dignidad y de los
bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la
amistad con Dios”, afirmaba el beato Juan Pablo II. La Misericordia de Dios
deja nuestra alma limpia y resplandeciente.
¿Dios nos perdona aunque no le
pidamos perdón?
Los límites del mal los pone la Divina Misericordia. Esto no implica que
todo el mundo se salve automáticamente por Misericordia de Dios, disculpando
así todo pecado, sino que Dios
perdonará a todo pecador que acepte ser perdonado. Afirma Benedicto XVI:
“el perdón, la superación del mal, pasa por el arrepentimiento. Y si el
perdón constituye el límite al mal (¡cuántas lecciones se podrían sacar de esta
verdad para superar los conflictos armados!), la libertad condiciona, en cierto
modo, a la Divina Misericordia”.
Mis pecados, ¿afectan a los demás?
Si bien todo pecado es personal, porque es un acto de libertad de un hombre
en particular, es, al mismo tiempo, social. Recordaba el beato Juan Pablo II
que “en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como
real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás”.
¿Qué podemos hacer si, aun
queriendo, no somos capaces de perdonar una ofensa?
Dios promete que, cuando venimos a Él, pidiéndole perdón, nos lo concede
gratuitamente. Cuando nos cueste, tenemos que pedirle al Corazón de Jesús que
nos introduzca en “su horno ardiente de caridad”, para conseguirlo.
¿Tengo que pedir perdón si mi intención
era buena?
Basta con que hayamos hecho daño para tener que pedir perdón. Lo importante
es saber con qué he ofendido al otro… mucho más allá de mi intención.
¿Qué diferencia hay entre el perdón
de Dios y el perdón humano?
El perdón humano es en sí mismo impotente e ineficaz, porque es algo
exterior a la falta, puede pasar por alto la ofensa, olvidar, pero no puede
borrar la mancha contraída por el ofensor. El perdón divino es omnipotente y
eficaz; aniquila la falta, perdona la pena, borra la mancha, llega hasta las
profundidades de nuestro ser para recrear en nosotros un corazón puro y renovar
en nuestras entrañas el espíritu de rectitud. Y por si esto fuera poco, nos
devuelve todas las riquezas sobrenaturales que por el pecado habíamos perdido.
¿Podemos vivir sin perdonar?
Claro que no. Dice San Juan Crisóstomo que “nada nos asemeja tanto a
Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”. Es la lección de los mártires: mientras los fusilaban repetían
palabras de perdón. El Beato Cruz Laplana, el Obispo absolvía a sus asesinos
del pecado que estaban cometiendo. Si en circunstancias extremas ellos
pudieron, ¿nosotros, no?
Don Jorge López Teulón
Religión en Libertad
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