Los griegos consideraban obsceno lo que no debía ser representado sobre el escenario del teatro, por considerarlo degradante para el espectador. Esta máxima no está en consonancia, en absoluto, con la forma en la que la sociedad de hoy proyecta sus espectáculos en general y en particular, el espectáculo televisivo.
Es más, los valores normales de la vida ya no tienen espacio en algunos programas televisivos que destruyen sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, trivializando y ridicularizando las conductas morales.
Quizá el caso más sangrante de esta trivialización de los valores sea la sexualización de las menores. Preadolescentes que son disfrazadas de mujeres adultas y lanzadas a la procacidad de “lolitas”, cultivando los atributos sexuales más deseables de la sociedad actual.
Cuenta el corresponsal en Francia del diario El Mundo, Juan Manuel Bellver,- respecto a la polémica en la que ha tenido que dimitir la directora de Vogue París por la publicación en portada de 3 niñas de cinco a siete años vestidas con modelitos de alta costura y en actitud provocativa- “que la frontera entre lo naif y lo procaz puede ser tan sutil en estos casos que hay quien ha visto en estas fotos poses forzadas fuera de lugar para niñas de esa edad”.
En televisión más sutilmente y sin provocar polémicas- por ser la televisión un soporte en el que se banaliza y se frivoliza cualquier cuestión con mayor facilidad, también contemplamos esta exhibición: actrices menores de edad vestidas, maquilladas y peinadas como adultas actuando en series donde el culto al físico, a las relaciones sexuales precoces, al consumo de alcohol y drogas, a la irresponsabilidad de los mayores, a las familias rotas por el divorcio de sus progenitores, son sus temas centrales.
Me cuenta una amiga que cuando sus hijas le demandan ver serie la Hannah Montana o comprar artículos de ésta tiene la misma sensación que cuando compraba una barby a sus hijas de 6 años. Sabía de lo desapropiado del regalo, pero cedía por la presión del “mercado” por el ¡no va a ser nuestra hija la única que no la tenga!
Tenemos que tener en cuenta que quienes trabajan en este medio de comunicación- como dice el filósofo alemán Robert Spaemann- “aplican casi únicamente el criterio del impacto para seleccionar los temas”.
A las niñas en su preadolescencia- personas cultural, física y mentalmente demasiado pequeñas como para participar de los roles sexuales de los adultos- les estamos moldeando para que coincidan con una cultura de adultos erotizada. La tiranía de la televisión sobre la conciencia infantil y juvenil puede educar en este sentido a las menores si los padres se lo permitimos.
Los adolescentes son tremendamente frágiles. Necesitan de unos padres, de una familia donde encontrar la formación en valores adecuada, un cariño y una entrega que les haga sentirse queridos y seguros, el ejemplo vivo y la madurez de unos padres que se empeñan en resolver las dificultades propias de la vida por muy difíciles que sean.
Desde el punto de vista de la formación en la sexualidad, los padres, principales educadores de los adolescentes, no pueden permanecer ajenos a la misión fundamental de educar adecuadamente la afectividad y la sexualidad de éstos.
Por Carmen de Andrés
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