Queridos feligreses:
Por segunda ocasión me dirijo a vosotros a propósito de la celebración de nuestras FIESTAS EN HONOR DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, inmersos, como seguimos, en este proyecto común de restaurar y revitalizar nuestra Parroquia.
Celebramos la fiesta. En nuestro tiempo, con mucha facilidad, se desvincula la fiesta de aquel acontecimiento primordial que conmemora. Hoy hay fiesta por todo y, casi siempre, por nada. Admitimos incluso que lo que importa es la fiesta, no tanto el motivo de la misma. Y justamente hemos desarraigado y desvirtuado la fiesta.
Cuando esto es así, la fiesta no tiene sentido, se desnaturaliza y se transforma, por lo general, en un desenfrenado jolgorio. Nosotros, en cambio, sabemos y tenemos una razón que celebrar.
Festejamos que formamos una comunidad de personas, con un pasado común, con una idiosincrasia propia y con un proyecto de vida que nos une y nos orienta. Es decir, que somos un pueblo más allá del mero hecho de vivir agrupados en un territorio determinado. No nos basta que nos unifique la mera y circunstancial coexistencia geográfica, sino que estamos configurados como una comunidad. Y esa comunidad viene originada, como os digo, por una historia pasada, por unos lazos étnicos, por una lengua, por vínculos de sangre, por unos valores culturales y, sobre todo, por unos valores espirituales; por aquello que aporta el más grande nudo de unidad: por una fe y una esperanza comunes. Esta fe y esperanza nuestras nos hacen ser lo que somos. Y de ellas surgen, como de su semilla, todos los demás valores que nos relacionan y nos proporcionan nuestra singular personalidad social.
Nuestra fe y nuestra esperanza se centran en la persona de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador. «En Él somos, nos movemos y existimos», como diría San Pablo. En Él y por Él entendemos la vida tal como lo hacemos, encontramos el sentido a nuestra existencia, nos inclinamos por unos valores que nos iluminan en nuestros proyectos y acciones cotidianas y esperamos un futuro que trasciende la propia finitud de esta realidad perecedera. Y, al contemplar a Jesucristo, nuestra mirada se detiene ante su Santísima Madre, la Virgen María. Y la observamos allí, al pie de la cruz, en los instantes misteriosos en los que se está produciendo la Redención del mundo: Cristo yaciente recibido en los brazos de su Madre, que, al acogerlo a Él, nos toma igualmente a todos nosotros, miembros vivos de su Cuerpo Místico, que consecuentemente también la proclamamos como Madre Nuestra. ¡Oh qué insondable Misterio!, ese Misterio que nos ha configurado en lo más profundo de nuestras entrañas colectivas.
Por eso, al celebrar nuestras fiestas en honor de la Virgen de las Angustias, evocamos cuanto somos y aspiramos. Y lo celebramos precisamente porque no somos un ente abstracto, sino un pueblo con personalidad, historia y metas conjuntas que se plasman en su cotidiano y concreto devenir. Si perdemos nuestra fe o la apartamos de nuestra vida comunitaria, privada o pública, estamos arrancando de nuestro pueblo su alma, el espíritu que lo alienta. Pero no es así. Sabemos qué somos y por qué vivimos. Por eso tenemos sobrados argumentos para estar de fiesta. En María, la Madre de Dios y Madre nuestra compendiamos el ser de Villaseca de la Sagra. Ella, acogiendo en su regazo piadosamente a Cristo Redentor, sintetiza la médula de nuestra existencia, y la simboliza. Que Ella nos acompañe y nos proteja.
FELICES Y SANTAS FIESTAS de vuestro Párroco.
Andrés Francisco Peña Macías.
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