La batalla de Alarcos, librada el 19 de julio del año
1195 en las cercanías de Ciudad Real, había significado un gran freno a la
reconquista de España por parte de los diversos reinos cristianos españoles.
Derrotados por los almohades (los musulmanes que habían unificado los reinos de
taifas islámicos con el objetivo de hacer frente a los reinos cristianos), las
nuevas fronteras entre cristianos y musulmanes se establecieron en las
cercanías de Toledo, en torno al valle del Tajo y los montes de Toledo,
suponiendo una constante inestabilidad para el reino cristiano de Castilla la
cercana presencia de los almohades.
Ante la habitual y amenazante presencia de los
musulmanes, además del conocimiento de un posible ataque islámico; el rey de
Castilla, Alfonso VIII, se encargó de organizar una cruzada contra los
almohades, contando con el apoyo de Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de
Toledo, y el Papa Inocencio III. Pero el reino de Castilla no fue el único que
se unió a esta gran empresa. Los reyes de Aragón (Pedro II) y de Navarra
(Sancho VII), personalmente, acudieron a luchar en la batalla junto a sus
hombres; además, tropas portuguesas, voluntarios leoneses y órdenes militares
(Santiago, Calatrava, San Juan de Malta, San Lázaro y Temple) tampoco quisieron
faltar a la llamada de la cruzada de los cristianos castellanos contra los
almohades musulmanes. En total, los reinos cristianos españoles lograron reunir
una cantidad de alrededor de 70.000 hombres para hacer frente a la amenaza
islámica.
Y no sólo eso: en un principio, cerca de 30.000
voluntarios europeos (conocidos como “ultramontanos”) habían acudido a la
llamada de la lucha contra los musulmanes… pero, como se verá a continuación,
la gran mayoría no estuvieron en el gran momento decisivo.
En el verano del año 1212, el 19 de junio, partieron
los cristianos desde la ciudad de Toledo, rumbo al sur y al encuentro con las
tropas almohades. Los cruzados cristianos reconquistaron la ciudad de Malagón,
suceso tras el cual casi todos los voluntarios europeos optaron por abandonar
la contienda a causa de la prohibición del rey castellano de saquear las
ciudades tomadas (otro hecho del que se ha venido hablando es de que los
extranjeros europeos no soportaban el calor del verano de Castilla). Sin
embargo, unos 150 hombres del Languedoc, encabezados por el obispo de Narbona,
no desistieron y continuaron al lado de los cristianos peninsulares.
Además, antes de entablar batalla directa contra el
ejército almohade, los cristianos españoles tomaron también Calatrava, Alarcos
y Caracuel.
El objetivo de los cristianos españoles era entablar
combate con los almohades, muy superiores en número (su ejército se componía de
100.000 hombres), en campo abierto; pero el líder de los almohades, An-Nasir
(conocido como “Miramamolín”), estableció a sus hombres estratégicamente en el
valle de acceso donde tenía a su ejército y logró dejar a los cristianos entre
medias de las montañas. Esta situación reducía el margen de maniobra de los
cristianos; quienes, pese a todo, lograron descubrir un camino secreto gracias
a un pastor, pudiendo así dirigirse contra el enemigo atravesando la sierra.
Los guerreros almohades se encontraban establecidos en
la provincia de Jaén, en Las Navas de Tolosa. Allí logran llegar los cristianos
el día 13 de julio de 1212, viviéndose durante el par de días siguientes una
serie de escaramuzas. Por fin, el 16 de julio, comienza la batalla que pasará a
la Historia de España por su importancia decisiva en el futuro de los siglos
venideros.
La situación original, al entablar batalla, hace
recordar a los cristianos la situación vivida años antes en la batalla de
Alarcos, con las tropas cristianas sucumbiendo bajo las mortales flechas
lanzadas por los arqueros musulmanes; sin embargo, tanto los reyes cristianos
como el arzobispo de Toledo dirigieron la última carga cristiana cuando
observaron que a los almohades apenas les quedaban efectivos que movilizar para
la lucha. An-Nasir, derrotado, parece ser que huyó rumbo a Jaén subido en el
primer animal montable que encontró: un burro.
La batalla de Las Navas de Tolosa significó el fin de
toda posible amenaza islámica para los reinos peninsulares y europeos
cristianos. Combatiendo en el bando almohade se encontraban numerosos hombres
cuyo único objetivo era la guerra santa promulgada por el islam, la conocida
“yihad”, con el fin de lograr la expulsión de los cristianos de la Península
Ibérica. Sin embargo, la derrota de Las Navas de Tolosa anticipó la ruina y
decadencia de Al-Andalus, la tierra española invadida por los musulmanes; algo
que quedó confirmado con las posteriores conquistas de Jaén (1246) y de Sevilla
(1248).
Además, entre otros aspectos, la batalla de Las Navas
de Tolosa destacó por suponer el enfrentamiento de dos concepciones del mundo
radicalmente opuestas: la cristiana europea y la musulmana oriental; y por
significar el definitivo triunfo del cristianismo sobre el islam en el
continente europeo, marcando así el futuro de la nación española y de la
civilización europea durante los siglos posteriores.
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