domingo, 22 de septiembre de 2013

Yo tampoco soy de derechas


En el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales (José Antonio Primo de Rivera).
 
Yo tampoco soy de derechas.
 
1. En primer lugar porque aprendí, desde muy joven, de José Antonio que quienes se alistaron bajo las banderas de la izquierda o de la derecha tuvieron que someter el alma a una mutilación, renunciando a encontrar una visión entera y armoniosa que sólo se entiende mirando cara a cara, con el alma y los ojos abiertos (Cfr. Discurso de clausura del Segundo Consejo Nacional, Madrid, 17-noviembre-1935).
 
Profundizando sobre la cuestión, Vicente Marrero ha recordado cómo la superación de las derechas y las izquierdas en la España de la pre-guerra no era una actitud exclusiva de la Falange ni, menos aún, equivalía a echarse en brazos de la izquierda (cfr. La Guerra española y el trust de cerebros, Madrid: Ediciones Punta Europa, 1961, pp. 260-266). Calvo Sotelo, algunos de los dirigentes de la CEDA, y pensadores como d’Ors y Maeztu coincidían con José Antonio Primo de Rivera en una idea que luego hizo suya el Movimiento Nacional que nunca fue de partido «porque no quiere una España partida, sino entera, unida y total. Por eso no es de izquierda ni de derecha, porque quiere que los dos lados de España colaboren en su resurgimiento, como en el vuelo del pájaro, las dos alas batiendo al unísono» (José María Pemán). Ideas semejantes se encuentran –por referirnos a otro ámbito de pensamiento- en Gustave Thibon:«Lo esencial es realizar una síntesis viable de los diversos elementos (libertad y autoridad, igualdad y jerarquía, etc.) englobados en las dos ideologías opuestas. Así, estas dos nociones, en la medida en que corresponden a un objeto real, se interpretan y se complementan en la unidad de vida» (Diagnósticos de Filosofía social; Madrid, 1958, pp. 19-22, 69).
 
Ahora bien, como apunta acertadamente Marrero, el planteamiento es más fácil en la teoría que en la práctica; y a todas luces se ha visto cómo la pretendida superación de izquierdas y derechas puede encubrir, en realidad, una deriva en cualquiera de las direcciones citadas quedando relegada al terreno de la utopía. Y cita un ejemplo concreto: la utilización en la posguerra de la política de concordia promovida por la Falange para abrir una brecha en el espíritu y aún en el régimen nacido de la Victoria. El hecho de que no se lograra, o apenas se pretendiera, resolver en términos adecuados la cuestión, permitía a Marrero en 1961 pronosticar  la caída del Estado de las Leyes Fundamentales «principalmente porque antes ha decidido suicidarse» (p. 268). El tiempo acabaría por darle la razón.
 
Por eso resulta necesario replantear con rigor el problema para no reducirlo a la inestable búsqueda del centro (que excluye cualquier reacción extrema) o para evitar que la proclamada neutralidad lleve a deslizar ocultamente opciones cripto-liberales o cripto-socialistas. Y eso, más aún, en un contexto como el actual, en que derecha e izquierda sitúan su distinción únicamente en términos de lucha por el poder y gestión del mismo en torno a una noción compartida respecto de la política.
 
2. Una segunda razón tardé más en comprenderla. Yo tampoco soy de derechas porque en el reparto de papeles que le asignó el parlamentarismo, la mentalidad derechista sufre una anomalía que la ha relegado necesariamente al fracaso. Desde sus orígenes históricos, derecha e izquierda política comparten los mismos principios y difieren en el grado de aplicación de los mismos. Y no es sólo que el contenido de ambas categorías políticas sea absolutamente mudable a lo largo del tiempo sino que el criterio de separación a partir del cual se efectúa la distinción se desplaza progresiva e irremediablemente hacia la izquierda.
 
La que un ministro español llamaba hace poco posición histórica del Partido Popular ante el aborto, es un claro ejemplo de lo que decimos. El partido conservador español defiende en 2013 las posiciones en las que el Partido Socialista se situaba en 1985 y el paso por el Gobierno de Aznar y Rajoy ha contribuido de manera decisiva a consolidar la cosmovisión previamente codificada por el ala izquierdista del sistema. La vergüenza que produce a los partidarios de la derecha política declararse como tales tiene expresión paradigmática en el Partido Popular. El hecho de que puedan encontrarse en todo el mundo paralelos similares a la conducta que venimos describiendo (como el actual Gobierno de Chile, caso aducido por Claudio Alvarado Rojas) demuestra que no se trata de una táctica de los populares sino que es consecuencia haber aceptado el planteamiento del debate político sobre un terreno equivocado.
 
La tesis que venimos exponiendo fue objeto de un desarrollo magistral por Francisco Canals en un artículo publicado en la revista Cristiandad (1-noviembre-1953; reproducido en Política española: presente, pasado y futuro, Barcelona, Acervo, 1977, pp. 15-20) que apenas nos limitamos a glosar, recomendando su lectura. Canals adopta aquí una perspectiva histórica que se complementa desde la más propiamente filosófica y teológica (cfr. pp. 30-69).
 
Izquierda y derecha nacen en los Parlamentos inaugurados tras la Revolución Francesa y responden al modelo de sociedad que aquélla habría de imponer:
 
La derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro está que dentro de la ortodoxia del liberalismo. O, como se dijo en ocasiones célebres, era el partido de quienes querían “conciliar la libertad con el orden”[…] El orden y la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba de su conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era precisamente el nacido de la Revolución. Se comprende, pues, que la operación no dejase de tener sus dificultades (p. 15).
 
Es lo mismo que permitió a Jaime Balmes definir al partido moderado como «el conservador de la Revolución». Y es que en la España isabelina, acabado el período de las Regencias, empezó a diseñarse el modelo que luego se repetiría a partir de 1876 y de 1978. Mientras la “derecha” se contentaba con asegurar el orden nuevo, evitando que la subversión misma, «en sus nuevas fases más radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las “preciosas conquistas” ya conseguidas», la “izquierda” se esforzaba por llevar la causa hasta sus últimas consecuencias.
 
No rehuye Canals el análisis de la situación a que condujo la actitud “conservadora” y que no se redujo a una continua deriva izquierdizante de sus propias posiciones sino que, en la medida en que arrastraba a sectores procedentes de las filas contrarrevolucionarias, vino a ocasionar la progresiva (y no menos irreversible) extinción de esta última doctrina y actitud, neutralizando así cualquier posibilidad de defensa o restauración perdurable del orden cristiano.
 
Volviendo a los orígenes de la cuestión que aquí planteábamos, se pregunta Canals si la crítica planteada puede servir de excusa para aceptar una equidistante neutralidad entre la derecha y la izquierda y responder categóricamente que «de ningún modo».
 
Creemos que conviene precisamente denunciar en el “conservadurismo” su inversión de valores y su fidelidad a los principios revolucionarios. Pero si alguien entiende por “derechismo” el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana –y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo el espíritu revolucionario–, entonces creo que no habría que hacer otra cosa sino proclamarse “ultraderechista”. Pero esto es precisamente a lo que la “derecha”, conservadora de la Revolución, no se atreverá jamás (p. 20).
 
Como no se ha atrevido (ni, muy probablemente, podría hacerlo) el responsable de unas opiniones que han motivado la reflexión que hemos compartido con nuestros amables lectores y que tienen aplicación cabal más allá del terreno histórico y político.

Por Don Ángel David Martín Rubio en Tradición Digital

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