En el fondo,
la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea
injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización
económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto
se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales (José
Antonio Primo de Rivera).
Yo tampoco soy de derechas.
1. En primer lugar porque aprendí,
desde muy joven, de José Antonio que quienes se alistaron bajo las banderas de
la izquierda o de la derecha tuvieron que someter el alma a una mutilación,
renunciando a encontrar una visión entera y armoniosa que sólo se entiende
mirando cara a cara, con el alma y los ojos abiertos (Cfr. Discurso de clausura del Segundo Consejo Nacional,
Madrid, 17-noviembre-1935).
Profundizando sobre la cuestión,
Vicente Marrero ha recordado cómo la superación de las derechas y las
izquierdas en la España de la pre-guerra no era una actitud exclusiva de la
Falange ni, menos aún, equivalía a echarse en brazos de la izquierda (cfr. La Guerra española y el trust de cerebros,
Madrid: Ediciones Punta Europa, 1961, pp. 260-266). Calvo Sotelo, algunos de
los dirigentes de la CEDA, y pensadores como d’Ors y Maeztu coincidían con José
Antonio Primo de Rivera en una idea que luego hizo suya el Movimiento Nacional
que nunca fue de partido «porque no quiere una España
partida, sino entera, unida y total. Por eso no es de izquierda ni de derecha,
porque quiere que los dos lados de España colaboren en su resurgimiento, como
en el vuelo del pájaro, las dos alas batiendo al unísono» (José
María Pemán). Ideas semejantes se encuentran –por referirnos a otro ámbito de
pensamiento- en Gustave Thibon:«Lo esencial es realizar una
síntesis viable de los diversos elementos (libertad y autoridad, igualdad y
jerarquía, etc.) englobados en las dos ideologías opuestas. Así, estas dos
nociones, en la medida en que corresponden a un objeto real, se interpretan y
se complementan en la unidad de vida» (Diagnósticos de Filosofía social; Madrid, 1958, pp. 19-22,
69).
Ahora bien, como apunta acertadamente
Marrero, el planteamiento es más fácil en la teoría que en la práctica; y a
todas luces se ha visto cómo la pretendida superación de izquierdas y derechas
puede encubrir, en realidad, una deriva en cualquiera de las direcciones
citadas quedando relegada al terreno de la utopía. Y cita un ejemplo concreto:
la utilización en la posguerra de la política de concordia promovida por la
Falange para abrir una brecha en el espíritu y aún en el régimen nacido de la Victoria.
El hecho de que no se lograra, o apenas se pretendiera, resolver en términos
adecuados la cuestión, permitía a Marrero en 1961 pronosticar la caída
del Estado de las Leyes Fundamentales «principalmente porque antes
ha decidido suicidarse» (p. 268). El tiempo acabaría por darle la
razón.
Por eso resulta necesario replantear
con rigor el problema para no reducirlo a la inestable búsqueda del centro (que
excluye cualquier reacción extrema) o para evitar que la proclamada neutralidad
lleve a deslizar ocultamente opciones cripto-liberales o cripto-socialistas. Y
eso, más aún, en un contexto como el actual, en que derecha e izquierda sitúan
su distinción únicamente en términos de lucha por el poder y gestión del mismo
en torno a una noción compartida respecto de la política.
2. Una segunda razón tardé más en
comprenderla. Yo tampoco soy de derechas porque en el reparto de papeles que le
asignó el parlamentarismo, la mentalidad derechista sufre una anomalía que la
ha relegado necesariamente al fracaso. Desde sus orígenes históricos, derecha e
izquierda política comparten los mismos principios y difieren en el grado de
aplicación de los mismos. Y no es sólo que el contenido de ambas categorías
políticas sea absolutamente mudable a lo largo del tiempo sino que el criterio
de separación a partir del cual se efectúa la distinción se desplaza progresiva
e irremediablemente hacia la izquierda.
La que un ministro español llamaba hace
poco posición histórica del
Partido Popular ante el aborto, es un claro ejemplo de lo que decimos. El
partido conservador español defiende en 2013 las posiciones en las que el
Partido Socialista se situaba en 1985 y el paso por el Gobierno de Aznar y
Rajoy ha contribuido de manera decisiva a consolidar la cosmovisión previamente
codificada por el ala izquierdista del sistema. La vergüenza que produce a los
partidarios de la derecha política declararse como tales tiene expresión
paradigmática en el Partido Popular. El hecho de que puedan encontrarse en todo
el mundo paralelos similares a la conducta que venimos describiendo (como el
actual Gobierno de Chile, caso aducido por Claudio Alvarado Rojas) demuestra
que no se trata de una táctica de los populares sino
que es consecuencia haber aceptado el planteamiento del debate político sobre
un terreno equivocado.
La tesis que venimos exponiendo fue
objeto de un desarrollo magistral por Francisco Canals en un artículo publicado
en la revista Cristiandad (1-noviembre-1953; reproducido en Política española: presente, pasado y futuro,
Barcelona, Acervo, 1977, pp. 15-20) que apenas nos limitamos a glosar,
recomendando su lectura. Canals adopta aquí una perspectiva histórica que se
complementa desde la más propiamente filosófica y teológica (cfr. pp. 30-69).
Izquierda y derecha nacen en los
Parlamentos inaugurados tras la Revolución Francesa y responden al modelo de
sociedad que aquélla habría de imponer:
La derecha
vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo
liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro está que dentro de
la ortodoxia del liberalismo. O, como se dijo en ocasiones célebres, era el
partido de quienes querían “conciliar la libertad con el orden”[…] El orden y
la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba de su
conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del
liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera
revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era
precisamente el nacido de la Revolución. Se comprende, pues, que la operación
no dejase de tener sus dificultades (p. 15).
Es lo mismo que permitió a Jaime Balmes
definir al partido moderado como «el conservador de la
Revolución». Y es que en la España isabelina, acabado el período de
las Regencias, empezó a diseñarse el modelo que luego se repetiría a partir de
1876 y de 1978. Mientras la “derecha” se contentaba con asegurar el orden
nuevo, evitando que la subversión misma, «en sus nuevas fases más
radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las “preciosas conquistas” ya
conseguidas», la “izquierda” se esforzaba por llevar la causa hasta
sus últimas consecuencias.
No rehuye Canals el análisis de la
situación a que condujo la actitud “conservadora” y que no se redujo a una
continua deriva izquierdizante de sus propias posiciones sino que, en la medida
en que arrastraba a sectores procedentes de las filas contrarrevolucionarias,
vino a ocasionar la progresiva (y no menos irreversible) extinción de esta
última doctrina y actitud, neutralizando así cualquier posibilidad de defensa o
restauración perdurable del orden cristiano.
Volviendo a los orígenes de la cuestión
que aquí planteábamos, se pregunta Canals si la crítica planteada puede servir
de excusa para aceptar una equidistante neutralidad entre la derecha y la
izquierda y responder categóricamente que «de ningún modo».
Creemos que
conviene precisamente denunciar en el “conservadurismo” su inversión de valores
y su fidelidad a los principios revolucionarios. Pero si alguien entiende por
“derechismo” el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la
Revolución anticristiana –y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha
defienden en el fondo el espíritu revolucionario–, entonces creo que no habría
que hacer otra cosa sino proclamarse “ultraderechista”. Pero esto es
precisamente a lo que la “derecha”, conservadora de la Revolución, no se atreverá
jamás (p. 20).
Como no se ha atrevido (ni, muy
probablemente, podría hacerlo) el responsable de unas opiniones que han
motivado la reflexión que hemos compartido con nuestros amables lectores y que
tienen aplicación cabal más allá del terreno histórico y político.
Por Don Ángel David Martín Rubio en Tradición Digital
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