Alguien
me envió un correo con la siguiente historia y me gustaría compartirla para que
la conclusión llegue a aquellos rincones más ocultos del corazón de aquellos
que quieran leerla:
“Hace
mucho tiempo, el hijo de un rey de Persia fue criado con el hijo del gran visir
y su amistad se hizo legendaria. Cuando el príncipe accedió al trono, le dijo a
su amigo:
-
Por favor, mientras yo me dedico a los asuntos del reino, escribe para mí la
historia de los hombres y del mundo, a fin de que extraiga las enseñanzas
necesarias y sepa cómo es conveniente actuar.
El
amigo del rey consultó a los historiadores más celebres, a los estudiosos más
eruditos y a los sabios más respetados. Al cabo de cinco años se presentó muy
orgulloso en palacio:
-
Señor, aquí tenéis treinta y seis volúmenes en los que se relata toda la
historia del mundo, desde la creación hasta nuestro advenimiento.
-
¡Treinta y seis volúmenes! -exclamó el rey-. ¿Cómo voy a tener tiempo de
leerlos? Tengo muchas cosas que hacer para administrar mi reino y ocuparme de
las doscientas reinas de mi palacio. Por favor, amigo, resume la historia.
Dos
años después, el amigo regresó a palacio con diez volúmenes. Pero el rey estaba
en guerra contra el monarca vecino y tuvo que ir a buscarlo a la cima de una
montaña, en el desierto, desde donde dirigía la batalla.
-
La suerte de nuestro reino está en juego. ¿De dónde quieres que saque tiempo
para leer diez volúmenes? Abrevia más la historia de los hombres.
El
hijo del visir se fue de nuevo y trabajó tres años para elaborar un volumen que
ofreciera una visión correcta de lo esencial. El rey estaba ocupado ahora
legislando.
-
Tienes mucha suerte de disponer de tiempo para escribir tranquilamente.
Mientras tanto, yo debo escribir sobre los impuestos y su recaudación. Tráeme
la décima parte de páginas y dedicaré una velada a leerlas.
Así
se hizo, dos años más tarde. Pero cuando el amigo regresó con sesenta páginas,
encontró al rey en cama, agonizando como consecuencia de una grave congestión.
El amigo tampoco era joven ya; las arrugas surcaban su rostro, aureolado de
cabellos blancos.
-
¿Y bien?- murmuró el rey entre la vida y la muerte-. ¿Cuál es la historia de
los hombres?
Su
amigo lo miró largamente y, en vista de que el soberano iba a expirar, le dijo:
-
Sufren, señor”.
Parece
mentira que una sola palabra pueda contener en sí misma la máxima expresión de
la realidad de la historia de los hombres: Sufren. Desde que el primate pasó a
ser humano, o desde que el animal evolucionó a menos animal, o tal vez desde
que aquél microorganismo primigenio inicial recorriera un largo camino hasta
llegar a nuestros días, sea como fuera, lo cierto es que la historia de los hombres
ha estado y continúa estando llena de sufrimiento, no hemos sabido cambiar eso
y, al menos desde mi consideración, lo que hemos hecho ha sido incrementar
nuestro sufrimiento sin mejorar paralelamente nuestra capacidad para
soportarlo.
Cierto
es que hemos hecho cosas grandiosas que ni tan siquiera hace unos cuantos años
podrían haberse imaginado, hemos dado enormes saltos cualitativos en nuestra
carrera sin límites hacia una tecnología imperante, lo cual nos ha llevado a
mejorar la calidad de vida de una parte de la población, alargar nuestras
esperanzas de un periodo vital más largo, descubrir nuestro mundo y hasta
atrevernos a explorar otros. Todo ello nos ha ofrecido una mejora constante,
una disminución parcial del sufrimiento para algunos, un creer que somos dueños
de nuestro propio destino, pero en realidad, a pesar de las inequívocas
mejoras, no hemos sabido hacer que la humanidad abandone la senda del
sufrimiento auto infringido, el de las guerras, el odio, ese que hace de la
diferencia barrera y no asimilación. Y lo peor, no hemos sabido acabar con el
peor de los sufrimientos, el sufrimiento por dejación, ese que nos hace ignorar
a los que sufren simplemente por estar vivos, por haber nacido tal vez en el
lugar equivocado, y es ese sufrimiento ignorado el que debería hacernos
reflexionar sobre la auténtica esencia de nuestra propia existencia y si
verdaderamente podemos llamarnos humanos cuando no conocemos el sentido de
tener humanidad.
Mirar
al futuro con esperanza es algo que hacemos a menudo, y si en alguna ocasión
tenemos un momento bajo bastará con que nos compremos un libro de autoayuda
para creernos que la ley de la atracción puede ofrecernos todo aquello que
siempre hemos deseado. Pero hay otros, la mayoría, que no miran el futuro porque
bastante tienen con sobrevivir al presente, que no tienen momentos bajos porque
no saben lo que son los momentos altos, y que no pueden tener bien abiertos los
ojos en busca de oportunidades porque las moscas de la miseria amenazan con la
oportunidad que ya tienen de estar vivos hoy, mañana ya se verá.
Que la mayor parte de los habitantes del planeta
sufran desconsoladamente no los hace de menos, sino que demuestra que los que
no sufrimos ni una milésima parte de lo que sufren ellos no sabemos ubicarnos
en este mundo que nos ha tocado vivir. Creemos que avanzar en políticas donde
la mayoría parece tener la razón es lo correcto, pero sin embargo no escuchamos
a esa otra mayoría silenciosa que ya no grita por no tener fuerzas. Sufrir es
malo, ciertamente, pero dejar que otros padezcan sufrimiento extremo alegando
que no podemos hacer nada es pero que malo, es una vileza. Miremos en nuestro
interior y demos lo mejor de nosotros mismos, es muy posible que alguien diga
que somos unos inocentes y que nuestro pequeño esfuerzo no signifique nada, y
tal vez tenga razón, pero bastará tener la certeza de que un solo día hemos
conseguido aliviar el sufrimiento de alguien para saber que ese es el camino
correcto.
Por Javier Bleda
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