Por Gonzalo Cerezo Barredo.
“La democracia es el peor de todos los
sistemas ideados por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Esta frase
de Winston Churchill, tan citada, mal por cierto, pues entera incluye la frase
“inventados por el hombre”, que suele suprimirse, es la conclusión de una
dilatada experiencia política. Distinguido con el premio Nobel de literatura en
1953, no cabe pensar que esa frase, fuera una simple ocurrencia, como parece,
aislada de todo el contexto de la crisis de la democracia que alcanzó sus
peores momentos, precisamente, entre las dos guerras que ensangrentaron a
Europa.
Y
es precisamente ese contexto el que dio origen a las dos grandes propuestas
alternativas del comunismo y el fascismo-nazismo, por no hablar, ahora que
estamos sumergidos hasta el cuello en otra mucho peor, de la gran crisis del
hundimiento de la Bolsa de Nueva York. Aquel cataclismo financiero revolucionó
no solo la política económica, sino que trajo profundas consecuencias en la
Política con mayúscula. El concepto mismo de la democracia y el sentido y
función de los gobiernos democráticos, se tambalearon hasta sus cimientos.
A
estas alturas nadie niega ya que el fascismo y el nazismo (al que José Antonio
define en alguna ocasión como “el antifascismo”) tuvieron sus días de gloria,
más contaminados del keynesismo de lo que se quiere admitir. Fueron muchos los
intelectuales más críticos con el sistema democrático que se dejaron seducir
por su alternativa. Fascismo y nazismo sucumbieron en aquel inmenso baño de
sangre que se llevó por delante a la mejor juventud europea.
El
comunismo, en cambio, sobrevivió uniendo su suerte a la victoria de las
potencias occidentales. Su alianza con Hitler tras el pacto Ribentrop Molotov
para invadir conjuntamente Polonia, descolocó a todos los partidos comunistas
del mundo, pero permitió a Alemania asegurar su flanco oriental y permitir así
a su poderoso ejército iniciar la segunda guerra mundial en setiembre de 1939.
La otra memoria histórica
El
pacto se mantuvo vigente hasta 1940. En ese año el Ejército alemán descubrió
que los soviéticos habían ejecutado sumariamente en su zona de ocupación entre
15.000 a 22.000 polacos, entre paisanos civiles y la flor y nata de la
oficialidad del Ejército polaco. La denuncia del descubrimiento de las fosas de
Katyn, hecha al mundo por Alemania para justificar la ruptura del pacto, no fue
creída. Rota la alianza germano-soviética, los partidos comunistas y la
izquierda global, vueltos al redil de la URSS, se ocuparon a través de sus bien
engrasadas maquinarias del Komintern y la Agitprop de negarla con la misma
convicción que los alemanes se resistían a aceptar la existencia de sus propios
campos de exterminio.
Una
y otros no fueron confirmados hasta finalizar en 1945 la guerra. Poco importaba
que Stalin hubiera ya iniciado sangrientas purgas entre los suyos, sin perdonar
a camaradas de la vieja guardia o a héroes de guerra distinguidos en la lucha
de España y la inmediata contienda mundial. Sabemos todo sobre aquel
estremecedor baño de sangre y plomo, incluidas las matanzas de campesinos a
consecuencia del hambre y los traslados forzosos de poblaciones a mayor gloria
de los planes quinquenales, coartada obscena de los compañeros de viaje de la
progresía internacional.
Los otros ¡No es esto, no es
esto!
No
todos. Algunos de los intelectuales que vinieron ilusionados a combatir por la
democracia en el bando republicano lograron sobrevivir a las purgas de Stalin
lo suficiente para dejar constancia de su desencanto. Lo cuenta muy bien
Fernando Martínez Laínez en un reciente cultural ABCD. La nómina es incompleta
pero impresionante por la calidad de los testimonios: A comenzar por el
olvidado Humphrey Slater (Los herejes, El conspirador), que da pie al
comentario, y siguiendo por Orwell, (Homenaje a Cataluña, la revsta
Controversy) Auden y Spencer -dos de los más conocidas poetas británicos, e historiadores
ambos-, Dos Pasos, -cuya ruptura con Hemingway y simultaneamente con sus
juveniles ideales, se produjo tras la revelación por este de que el anarquista
Robles, traductor de su obra Manhattan, y personaje central de su libro sobre
la guerra de Epaña- fue asesinado por los comunistas, Koestler (El cero y el
infinito), Octavio Paz (“la idea de Gramsci del intelectual orgánico me parece
terrible (1984), o Malraux, que acabó su errática trayectoria política como
ministro de Cultura con De Gaulle. Es de W.H. Auden la cita final del trabajo
de Laínez: “No conozco a nadie, salvo los stalinistas más testarudos, que
volvieran de la Guerra Civil de España con las ilusiones intactas”. Una
información más amplia merece la pena buscarla en La guerra civil española, de
Anthony Beever, Crítica, 2000, que cuenta las ilusiones y los desencantos de
aquella otra “generación perdida”. Así pues no fue sólo Ortega el desengañado
al comienzo de aquella democracia que quiere devolvernos la “memoria
histórica”. Si Ortega se apartó con desdén de aquel experimento en su inicio de
vino y rosas, muchos otros, que vinieron a defenderla al final con su vida, no
pudieron soportar la terrible realidad que contemplaron.
Como
no todos los países tienen el vergonzante complejo de mostrar su propio pasado,
una excelente película de Andrej Wajda, el mítico director polaco, se atreve a
mostrar en Katyn el horror y el amor que constituyen el reverso de esta
historia. La película ya puede verse en España, casi de tapadillo, es verdad.
pero sirve para confirmar que la otra memoria histórica también debe ser
contada.
En
el contexto de la frase de Churchill citada más arriba, hay que situar también
su esfuerzo para detener a las tropas soviéticas más allá de las concesiones
obligadas por las circunstancias bélicas. En su actitud, que ha tardado en
valorarse debidamente, hunde sus raíces la guerra fría.
La democracia como idea
Como
no hay texto sin contexto, para volver los ojos a la crisis de la democracia no
es necesario ir tan lejos. En enero de 1931 -aun no había florecido la
primavera republicana que nos trajo la alegría del 14 de abril-, pronunciaba
José Antonio Primo de Rivera una conferencia en el círculo de la Unión
Patriótica de Madrid con el título La forma y el contenido 1 de la democracia.
El dato es importante, y no sólo porque establece desde el principio la
estructura clásica de su pensamiento, sino también porque José Antonio, hijo
del Dictador que se había propuesto cambiar la forma y el contenido de un
régimen secular, dejaba entrever en ella, sin decirlo de modo expreso, una
severa crítica no solo a la gestión de su padre -no sería la única a lo largo
de su vida política- sino también una disquisición menos cínica de la
democracia que la efectuada por Churchill.
Hay
un párrafo en este texto que, pese a iluminar nítidamente su trayectoria vital
posterior, no ha merecido la difusión del de Don Winston. “¡No me entienden, no
me entienden!” se quejaba José Antonio tras su memorable enfrentamiento
parlamentario con Prieto. Hagamos un esfuerzo por no merecer tan dolorido
reproche, citándolo una vez más, pero sin aislarlo de su contexto: La
aspiración a una vida democrática, libre y apacible, será siempre el punto de
mira de la ciencia política, por encima de toda moda.
Si
analizamos la conferencia en su totalidad (relativa, pues sólo disponemos de un
extracto) lo primero que podemos apreciar es su coherencia con la parte no
mencionada habitualmente de la cita de Churchill. La democracia, si bien remite
a valores fundamentales en su idealizada aspiración, no deja e ser uno de “los
sistemas inventados por el hombre”. Así lo entiende José Antonio, enfrentando
las posiciones de Tomás de Aquino y de Rousseau, mientras se remite a
contemporáneas autoridades de la ciencia jurídica, como Ihering o Duguit.
La
aristotélica distinción entre forma y materia, y la tomista remisión a la causa
final, revelan una vez más los fundamentos clásicos de su pensamiento, que hoy
encuadraríamos en el humanismo cristiano. Si bien José Antonio habla de forma y
contenido para referirse a la democracia, no hay duda de que este es asimilable
al concepto más técnico de materia. Y es precisamente Ihering, afirma José
Antonio, quien reconoce en Santo Tomás la anticipación al concepto moderno del
Estado, cuando el gran filósofo cristiano siguiendo la teología medieval, se
pregunta con qué titulo pueden imponer su voluntad los gobernantes a los
gobernados. El fin, pues, -concluye José Antonio- “es el bien común: la vida
pacífica, feliz y virtuosa. Son justas las formas de gobierno (de uno, de
varios o de muchos) en tanto se ordenan a ese fin e injustas cuando lo
menosprecian”. Es esto lo que ampara la conocida teoría tomista de la licitud
de alzarse contra el tirano “siempre que la rebelión no traiga males mayores;
es decir, no vaya en detrimento del bien común”. Al situar esa afirmación como
fundamento (pg. 180) de la “aspiración de la ciencia jurídica como un
“contenido de vida”, que proporciona el “sentido ético de la democracia”, José
Antonio reconoce dos desviaciones de la política real: el llamado “derecho
divino de los Reyes”, y el de “la soberanía popular”, derivada de las doctrinas
opuestas en la época a ese principio, que culminan en el Contrato Social de
Rousseau. Es terminante a este respecto: el derecho divino “contra lo que se ha
dicho, no es la doctrina católica”, y así lo respaldan Suárez, Belarmino, el
propio Santo Tomás. León XIII, y mucho más modernamente, el Código social de
Malinas.
El
compilador de las obras completas que nos sirven de referencia,1 puntualiza a pie de
página cómo el edicto de 7 de diciembre de 1770, en que Luis XV establece que
Nos no tenemos nuestra corona sino de Dios; el derecho de hacer leyes nos
pertenece exclusivamente, sin dependencia y sin coparticipación, Resulta
evidente que se trata de la expresión maximalista del Derecho absolutista de
origen divino. Refiriéndose al Código de Malinas (1927), aclara también que en
él se manifiesta un compendio acabado de doctrina social de la Iglesia
“redactado por eminentes teólogos, sociólogos y economistas, entre los que
figuraría el español Severino Aznar Embid, padre del falangista Agustín Aznar”.
Cabe añadir que las iniciativas para implantar lo que hoy conocemos como seguridad
social, o “estado de bienestar”, según recuerda Velarde, fueron promovidas, a
partir de Bismarck (1815), por los movimientos e instituciones católicas, de
las que en España fue precisamente Severino Aznar uno de su máximos
representantes.
Concluido
este largo inciso, indispensable para poner las cosas en su sitio, hay que
insistir en que la otra desviación no sólo se refiere a Juan Jacobo Rousseau,
sino, muy especialmente, al régimen parlamentario en que fueron a concretarse
los planteamientos del Contrato Social. La tesis de José Antonio es que no cabe
esperar del sufragio universal la legitimación de la voluntad general. a través
de las mayorías parlamentarias, que quedan así equiparadas al absolutismo por
la simple transposición de la soberanía a los parlamentos: El sufragio
universal no es para Rousseau una decisión de la mayoría sobre la minoría, sino
un cómputo de conjeturas formuladas por los electores acerca de cual será la
voluntad general: los electores de la minoría, para Rousseau, (con sofisma que
indigna a Duguit) son, en realidad, “personas que se han equivocado” al suponer
cual era la voluntad general. Sigue la cita: He aquí reemplazada la tendencia
tomista, que espera alcanzar el bien común mediante una política “DE CONTENIDO”
(sic), por otra tendencia que espera lograrlo por la solo magia de la virtud de
una “forma”. (Op. cit, pág. 181).
La traición socialdemócrata
José
Antonio distinguió en la conferencia que vengo comentado dos desviaciones. No
pudo prever una tercera. Aun reconociendo que fue justa la aparición del
socialismo, la social democracia era sólo por entonces una desviación del
marxismo, expulsada de la III Internacional, estigmatizada por Lenin, y
excluida del canon comunista. Repudiada por los socialistas, que abominaban de
su pactismo, no llegó nunca a constituirse en un partido político serio.
Badgodesberg
acabó con esta situación. Los socialistas alemanes abjuraron de cualquier
veleidad marxista, renunciaron al capitalismo de Estado y a las
nacionalizaciones, prepararon una alianza con el neocapitalismo, y se
dispusieron a limpiar su imagen de cualquier torvo pasado. El neocapitalismo, a
su vez, ya no era el trampantojo maniqueo inventado por el comunismo.
Domesticado por la presión sindical y la democracia cristiana de Adenauer y
Erhard, con su decidido empeño de crear una democracia participativa a través
de la economía social de mercado, dejaba de constituir el enemigo que se
interponía en el camino del paraíso de su utópico futuro. La reconversión del
socialismo era, por tanto, indispensable para desalojar del poder a un gobierno
que llevaba demasiado tiempo haciendo felices a los alemanes al devolverles su
orgullo perdido y una olvidada prosperidad.
La
decadencia del modelo sueco, la renuncia de nuestro socialismo asilvestrado al
marxismo y sus programas de máximos, tras el órdago de Felipe González; el
fracaso del experimento de la alianza socio-comunista del primer gobierno
Miterrand y la tercera vía de Tony Blair, hicieron todo lo demás. La traición
estaba consumada. Faltaba rematarla en nuestro propio país. Muchos creímos en
la bondad de un socialismo que alcanzaba también en España el poder, al tiempo
que en los países del este europeo trataban de mostrar al mundo su rostro
humano. Nos equivocamos.
Los
primeros gobiernos de González con su aura de corrupción (FILESA, Roldán) y la
terrible escena del ingreso de Barrionuevo, sólo o en compañía de otros, en la
cárcel de Guadalajara, y el tragicómico, más que patético, acompañamiento de la
cúpula de la “vieja guardia” del PSOE hasta las puertas de la prisión, jugando
al corro de la patata para tapar bocas y vergüenzas, fueron suficientes.
Los
trece años de gobierno socialista, acompañados del epitafio “¡váyase, señor
González!” de Aznar, recuperaron el poder para un centro-derecha que con el PP,
parecía también haber enterrado sus vergonzantes complejos. Quienes lo creyeron
también se engañaron y el sangriento atentado del 11-M, tan hábilmente
manipulado por el Sr. Rubalcaba y sus terminales mediáticas, devolvieron el
poder, contra toda previsión, a un partido socialista que con sus pretensiones
de situarse en el centro izquierda y el desalojo de aquella “vieja guardia” de
sus cuadros, parecía mostrarnos una nueva imagen, joven y moderna, del
socialismo español. También nos equivocamos: Incapaz de una política social que
no tenía sentido en una España que había asumido ya sus objetivos programáticos
por las clases medias heredadas del franquismo, recuperaron sus más radicales
propuestas, que como los virus en periodo de latencia, dormítaban en el armario
arquológico del más rancio veterosocialismo.
Del ”
todos a enriquecerse” de Solchaga y “el bajar impuestos también es de
izquierdas”, de Rodríguez Zapatero, se pasó sin transición a ocupar los órganos
institucionales con el más absoluto desprecio de Montesquieu, la violación de
derechos consagrados y la insólita invención de otros nuevos, considerados
progresistas.
Este
gobierno, que se muestra incapaz de resolver la crisis económica que según
solventes analistas ha provocado aquella antinatural alianza
capital-socialista, se entretiene con menosprecio de las víctimas, en buscar la
paz dialogada con el terrorismo. Con una descarada manipulación, permite a los
homosexuales contraer matrimonio; fractura la unidad de España con la creación
estatutaria de nuevas naciones imaginarias (la nación es un concepto discutido
y discutible, ZP dixit); se empeña en la expoliación del derecho de los padres
a educar a sus hijos mediante una aberrante educación para la ciudadanía.
Sintiéndose dios, crea de la nada el nuevo derecho de las mujeres a decidir
sobre una vida que no les pertenece el aborto libre y a la carta, con una Ley
de plazos y que permite a las adolescentes de 16 años interrumpir el embarazo
-o sea abortar, llamémoslo por su nombre-, sin el previo conocimiento y
autorización de su padres.
(Con
independencia de que todo aborto provocado es un crimen que la ley vigente sólo
despenaliza, y sin entrar en el mayoritario rechazo social que a este proyecto
muestran las encuestas, hemos de recordar que los Papas, que reiteradamente han
condenado la guerra injusta, y proclamado la defensa de la vida, declaran con
toda rotundidad que los bautizados no pueden aprobar con su voto ninguna ley
que promueva el aborto). No hay escapatoria pues, para quienes, violentando su
propia conciencia y la Constitución, que prohíbe expresamente el mandato
imperativo, aprueben con su voto o amparen con su conducta, cualquier norma
abortista. A no ser -algo posible, pero absolutamente improbable- que los
partidos políticos con representación parlamentaria permitan a sus congresistas
votar en conciencia. Las sorpresas, en tal caso, serían mayúsculas.
Nulla etica sine estetica
Para
colmo el caso Gürtel (correa -ya saben- o cinturón en alemán), ha probado de
sobra que la democracia que nos ofrecen desde la oposición algunos militantes cualificados
del PP, y la manifiesta falta de liderazgo que, una vez más, ha demostrado su
presidente, -sin entrar en otras consideraciones sobre el sistema diseñado por
la Constitución, con sus listas electorales cerradas y la fallida definición de
las autonomías)- nos demuestran que vivimos una democracia imperfecta, por
mucho que pretendamos alejarnos del casi centenar de países que se reclaman
democráticos, mientras violan todos los derechos, o casi, bajo ese paraguas
agujereado de la ONU, que se resiste a cualquier definición mínimamente
razonable.
No
sólo ha fallado la ética estrepitosamente, sino la estética. Dejar pudrirse el
escándalo por incomprensibles motivos, y las interesadas filtraciones a los
medios de sumarios declarados secretos por la autoridad judicial, despojan de
toda dignidad y respeto a las instituciones básicas de cualquier sistema
democrático. Todo este hediondo asunto nos deja con la terrible sensación de
que vivimos en una democracia virtual, por completo ajena a lo que José Antonio
entendía por una vida digna y honorable.
Claro
que José Antonio tenía de la democracia, como de la Patria, una concepción
metafísica, en la que el mundo platónico de las ideas no alcanzaría su
perfección en el mundo real. Pero eso no es excusa para perseguirlo. Nuestra
persona, portadora de valores eternos, y nuestra razón -razones del corazón que
la razón no comprende aspirará siempre a que la democracia incluya en su
contenido ese conjunto de valores, que aunque comprendidos en la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, los excede cuantitativa y
cualitativamente.
La
ambición del José Antonio joven (incidentalmente, las O.C. cit. permiten el
estudio de la evolución de su pensamiento y nos ofrecen no pocas sorpresas)
sigue siendo plenamente válida. Basta superponer la democracia actual que
vivimos ahora en España al modelo ideal que configura José Antonio, para ver
que nuestra democracia se aleja cada vez más de aquella. El se aleja cada vez
más no es aquí un mero recurso retórico. Desde la Constitución del 78, el
visible declive de los valores democráticos ha sido una constante que los
sucesivos Gobiernos no sólo no ha detenido, sino que ha acelerado.
Nuestra democracia real
El
último, presidido por el socialista Rodríguez Zapatero, se acerca por el
contrario al presidencialismo absolutista. Dicho de otra manera, al
totalitarismo encubierto que como tal, se propone como objetivo la ingeniería
social para conformar la sociedad a su medida. Como para Luis XV, sus
decisiones son Ley, el gabinete son meros secretarios de Estado supeditados a
sus ocurrencias disfrazadas de presuntas estrategias para permanecer en el
poder. Su método es bien sencillo: igualar por la mediocridad, segar las
cabezas de los que sobresalen, renegar de la excelencia, romper los vínculos
identitarios de los españoles, dividiendo a los vencedores de la guerra
perdida, frente a los nietos de los que la perdieron, a los patriotas españoles
de los inventores de mitologías nacionalistas; a los sustentadores de un estado
laicista, contra los católicos; a las izquierdas contra las derechas ¡otra
vez¡; a los pobres contra los ricos, a los empresarios contra los obreros; a
los sindicatos de trabajadores (es decir, de los que tienen trabajo) contra los
parados, a los que se pone un bozal subvencionado para que no muerdan; a los
defensores de la vida frente a los cultivadores de la cultura de la muerte.
Toda una regresión al socialismo preindustrial, nacido para defender a los
proletarios, solo que aplicando ahora los más modernos recursos de la técnica
para eliminar a la prole y así suprimir el problema.
Volvamos
a donde hemos empezado: Cualquier parecido con la democracia a que aspiraba
José Antonio, es, como se puede ver, mera coincidencia. Al finaliza su citada
exposición, y aunque ya no pueda decirse con tanta seguridad como él, que el
positivismo está en crisis, es evidente, afirma, no sin cierto optimismo, “que
nos ha dejado, como conquistas definitivas, esa crítica de la superstición
roussoniana y una gran parte de de la admirable construcción de de Ihering,
coincidente en tantos puntos con la de Santo Tomás. Y si hoy el pensamiento
jurídico va por otros derroteros (Stammler. Del Vecchio, renacimiento tomista)
es para buscar una norma de validez absoluta, nunca para recaer en la creencia
de que una forma no tiene poder taumatúrgico. Y añade en conclusión: si la
democracia ha fracasado, es más que nada, porque no nos ha sabido proporcionar
una vida verdaderamente democrática en su contenido.
Para
que no queden dudas sobre la autenticidad democrática del José Antonio joven,
todavía precisa: No caigamos en las exageraciones extremas, que reducen su odio
por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. Esta
frase antecede, justamente, a la anteriormente citada y que bien vale la pena
repetir, para entenderla en su entero significado, como final de este trabajo:
La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de
mira de la ciencia política, por encima de toda moda. Y concluye: No
prevalecerán los intentos de negar derechos individuales, ganados con siglos de
sacrificio. Lo que ocurre es que la ciencia política tendrá que buscar,
mediante construcciones de “contenido”, el resultado democrático que una
“forma” no ha sabido depararle.
1 El texto, en edición definitiva
hasta ahora, se cita de José Antonio Primo de Rivera.. Obras Completas, Edición
del Centenario. Plataforma 2003.( Madrid, 2007) Vol. I. pp. 179-182. El
riguroso trabajo de Rafael Ibáñez anota y corrige el texto divulgado en alguna
otra edición.
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