Por, José Antonio
Chamorro Manzano
La mente humana
manifiesta de modo constante e insaciable su afán o tendencia natural a procurar
conocer todo lo que la rodea; pudiéramos decir que, la propia fuerza existencial
que impulsa a la vida y la acción a los individuos, motiva también su mente a
ese afán de adquirir conocimientos sin cesar.
El afán conocedor
de la mente humana, es universal; la mente se afana por conocerlo todo, desde
lo más inmediato, a lo más remoto; y serán las necesidades circunstanciales lo
que vaya estableciendo las diversas cambiantes prioridades. A los fines de este
capítulo, nos centraremos en el afán de conocer sobre los orígenes y las
primeras manifestaciones biológicas de la vida natural –de la Creación–, sobre
sus fundamentos y sus maneras prácticas de realización. Desde siempre, nuestros
antepasados han ido observando, estudiando, deduciendo y transmitiendo para la
posteridad sus conocimientos adquiridos y acumulados al respecto. El avance en
tales saberes, trascendentales, ha sido lento, vacilante y siempre
insatisfactorio ante la inasequible posibilidad de comprobación evidente e
incuestionable de los hechos. No obstante, en tales saberes fundamenta la
Humanidad su razón de ser y de proseguir en busca de la verdadera luz que la
mente intuye ha de existir.
Nos hallamos iniciando
el tercer milenio de la Era Cristiana y disponemos de una acumulación cultural
lograda a lo largo de varios miles de años; y ¿qué trascendentales saberes
podemos dar hoy por verdaderos y demostrables científicamente?; pues veamos
algunos de los que ya hemos ido presentando en anteriores capítulos en este
mismo blog:
- La existencia
del Ser sobrenatural, causa, origen y motivo de toda la Creación (está
convenido en que le denominemos: Dios); es una existencia presentida al menos
de modo vegetativo por todo ser vivo, pero además es que ya dispone ella de
demostración científica, como acabamos de decir.
- La
cosmogénesis, el origen y la creación del Universo (el primer ser viviente
habido de naturaleza mixta, alma-cuerpo), también ha sido expuesta en este
mismo blog de manera incuestionable en sus aspectos esenciales. Previamente y a
lo largo de la Historia, han sido difundidas muy diversas interpretaciones sobre
la creación del Universo; provenientes unas de ellas de creencias sostenedoras de
la directa y solitaria realización creadora por parte de Dios; y provenientes,
otras de tales interpretaciones, de creencias sostenedoras de la realización
creadora, ajena a Dios, resultante de casualidad inexplicable, sin sentido ni
propósito alguno.
- La composición
alma-cuerpo de todos los individuos vivientes, también ha sido descrita ya, de
esta manera: Todo individuo viviente está constituido por la íntima asociación mutua
de un alma y de un cuerpo: un alma –ente espiritual–, creada por Dios, dotada
con el motivador Código Genético Divino y complementada con la guía funcional instintiva
que constituye el código genético genealógico; y un cuerpo, organismo físico
evolutivo.
- -
Y ahora, en este
capítulo, vamos a considerar otro de los desde siempre grandes afanes cognoscitivos
de la Humanidad; vamos a tratar de seguir las grandes líneas maestras que a la
luz de la Razón, teológica y científica, hayan podido seguir las, todavía tan
discutidas, evolución individual y evolución específica de los seres vivientes.
Así:
Una vez que el
individuo Universo hubo alcanzado su fase de madurez reproductora, pasó él a
procurar cumplir la correspondiente función reproductora que estaba bullente en
el Código Genético Divino que le había sido inspirado por el Creador, Dios. El
alma del Universo, la Naturaleza, desconocía a priori cómo podría realizar tal función; por esa causa se vio
ella en la necesidad de imaginarlo, diseñarlo, ensayarlo y realizarlo, en
función de los recursos de que disponía. Pudiera haber pasado una eternidad, hasta
que uno de sus intentos tuvo el éxito pretendido: Había producido ella un
especial agregado molecular microscópico, mediante agregación mutua de compuestos
moleculares primarios esenciales biológicos (ácidos
nucleicos, proteínas, enzimas, etc.); tan especial era aquel agregado
molecular, que Dios le infundió un alma. Y, de inmediato, aquel corpúsculo
empezó a dar manifestaciones de vida propia; su actividad ya no era obra de la
Naturaleza; aquello era un individuo capaz de obrar por propia motivación. ¡El
Universo se sintió progenitor!
Acto seguido, la
Naturaleza, que podía comunicarse directamente con el alma de aquella su
incipiente criaturita filial, observó que ésta no sabía cómo hacer; y maternal,
la Naturaleza, le inspiró un conjunto informativo básico de actuación
instintiva o refleja, para que la criaturita supiese cómo adaptarse al medio o
entorno en el que se hallaba, y que supiese cómo procurar sobrevivir y obtener los
necesarios recursos nutrientes y energéticos. A tal conjunto informativo básico
de actuación, transmitido por el progenitor a su criatura filial, es a lo que
denominaremos código genético genealógico.
Pudiera haber
ocurrido que aquella primera criaturita –en términos de biología podría ser
denominada “célula bacteriana”– muriese prematuramente, pero ya la Naturaleza
sabía cómo repetir el proceso procreador y lo repitió; y el seno local en donde
la Naturaleza procreaba sus hijas se fue llenando de células bacterianas, todas
hermanas y del mismo tipo específico. Muchas de éstas morirían prematuramente,
por causa de los rigores ambientales, por incapacidad de adaptación, etc.; pero
la Naturaleza procreaba miríadas de ellas y un significativo porcentaje de las
mismas consiguió sobrevivir y completar el programa de vida terrena inscrito en
el Código Genético Divino. El programa divino de vida terrena para los
individuos, incluye la realización de la función procreadora.
Aquellas bacterias
que consiguiesen procurar la realización de la función procreadora, lo que
hacían de modo individual era ir formando un microscópico corpúsculo molecular similar
al que había sido el origen corporal de ellas mismas; el cómo lo conseguían, es
problema a descubrir por los biólogos. El caso era que de alguna manera cada
bacteria progenitora obtenía los ácidos nucleicos, proteínas, enzimas, etc.,
necesarios para realizar la procreación de su hija; podría ocurrir que los
encontrase en suspensión en las aguas de su entorno, por haberlos depositado
allí la previsora Naturaleza; o podría ocurrir que metabólicamente copiase los
suyos propios. Y una vez el nuevo corpúsculo estaba completado e instalado en
condiciones físicas apropiadas para la vida, Dios le infundía un alma; entonces,
la bacteria progenitora transmitía al alma de su incipiente hija su código
genético informativo (compuesto por el que había recibido ella de su progenitor,
más las ampliaciones adquiridas durante su propia experiencia vital), para que
así su hija tuviese un modelo inicial de actuación.
En este punto
hemos de hacer dos urgentes matizaciones:
- La experiencia
vital de cada progenitora no podía ser idéntica a la de ninguna otra
progenitora; cada una de ellas había tenido una vida independiente. Por lo
cual, no podían existir dos códigos genéticos progenitores idénticos; podrían
ser todos muy parecidos, pero idénticos no; tendrían que diferenciarse ellos en
algún detalle aunque fuese mínimo.
- Cada nueva
criatura recibía un código genético informativo más amplio que el que en su
respectivo primer instante de vida había recibido su progenitora. Luego la hija
podría llegar a adquirir cotas de desarrollo y funcionales superiores a las de
su madre. Con ello, entramos en terrenos de la evolución.
Y ahora, en
consideración a ambas matizaciones y a todo lo aplicable dicho con
anterioridad, y si imaginamos repetida esa actividad procreadora a lo largo de
millones de veces en ininterrumpidas cadenas generacionales; ¿no sería lógico y
hasta necesario el que estableciésemos las siguientes conclusiones?:
- La evolución
individual es evidente; todo individuo es diferente en algo a sí mismo en
diferentes momentos de su vida; las diferencias más relevantes son las que
corresponden a su estado embrionario, comparado con su estado adulto y su
estado de agotamiento final, premortal.
- La evolución de
las cadenas biológicas es lógica e insoslayable; de no darse el caso de haberse
entrecruzado las cadenas comparadas, los individuos resultantes tras millones
de generaciones habrían de ser orgánica y funcionalmente diferentes, en cada
cadena. Habría que empezar a hablarse de especies diferentes.
Y, para finalizar
este capítulo, dejaremos pendientes dos preguntas:
- Una, ¿Podría
haber sido posible la vida de organismos vivos de mayor tamaño, que el mínimo
tamaño de aquellas primeras células bacterianas procreadas por el Universo?
Teniendo en cuenta las rigurosas condiciones ambientales reinantes sobre la
superficie terrestre en aquellos primeros tiempos geológicos, atmosféricos y
solares.
- Otra, ¿Podría
ser compatible esa evolución biológica, con los designios creacionales de Dios:
El Creador? O ¿Es que, precisamente, esa evolución biológica está señalada en
el Código Genético Divino?
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