jueves, 22 de marzo de 2012

La auténtica filosofía. (XI)




Por, José Antonio Chamorro Manzano



 LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA.

La mente humana manifiesta de modo constante e insaciable su afán o tendencia natural a procurar conocer todo lo que la rodea; pudiéramos decir que, la propia fuerza existencial que impulsa a la vida y la acción a los individuos, motiva también su mente a ese afán de adquirir conocimientos sin cesar.

El afán conocedor de la mente humana, es universal; la mente se afana por conocerlo todo, desde lo más inmediato, a lo más remoto; y serán las necesidades circunstanciales lo que vaya estableciendo las diversas cambiantes prioridades. A los fines de este capítulo, nos centraremos en el afán de conocer sobre los orígenes y las primeras manifestaciones biológicas de la vida natural –de la Creación–, sobre sus fundamentos y sus maneras prácticas de realización. Desde siempre, nuestros antepasados han ido observando, estudiando, deduciendo y transmitiendo para la posteridad sus conocimientos adquiridos y acumulados al respecto. El avance en tales saberes, trascendentales, ha sido lento, vacilante y siempre insatisfactorio ante la inasequible posibilidad de comprobación evidente e incuestionable de los hechos. No obstante, en tales saberes fundamenta la Humanidad su razón de ser y de proseguir en busca de la verdadera luz que la mente intuye ha de existir.

Nos hallamos iniciando el tercer milenio de la Era Cristiana y disponemos de una acumulación cultural lograda a lo largo de varios miles de años; y ¿qué trascendentales saberes podemos dar hoy por verdaderos y demostrables científicamente?; pues veamos algunos de los que ya hemos ido presentando en anteriores capítulos en este mismo blog:

- La existencia del Ser sobrenatural, causa, origen y motivo de toda la Creación (está convenido en que le denominemos: Dios); es una existencia presentida al menos de modo vegetativo por todo ser vivo, pero además es que ya dispone ella de demostración científica, como acabamos de decir.

- La cosmogénesis, el origen y la creación del Universo (el primer ser viviente habido de naturaleza mixta, alma-cuerpo), también ha sido expuesta en este mismo blog de manera incuestionable en sus aspectos esenciales. Previamente y a lo largo de la Historia, han sido difundidas muy diversas interpretaciones sobre la creación del Universo; provenientes unas de ellas de creencias sostenedoras de la directa y solitaria realización creadora por parte de Dios; y provenientes, otras de tales interpretaciones, de creencias sostenedoras de la realización creadora, ajena a Dios, resultante de casualidad inexplicable, sin sentido ni propósito alguno.

- La composición alma-cuerpo de todos los individuos vivientes, también ha sido descrita ya, de esta manera: Todo individuo viviente está constituido por la íntima asociación mutua de un alma y de un cuerpo: un alma –ente espiritual–, creada por Dios, dotada con el motivador Código Genético Divino y complementada con la guía funcional instintiva que constituye el código genético genealógico; y un cuerpo, organismo físico evolutivo.

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Y ahora, en este capítulo, vamos a considerar otro de los desde siempre grandes afanes cognoscitivos de la Humanidad; vamos a tratar de seguir las grandes líneas maestras que a la luz de la Razón, teológica y científica, hayan podido seguir las, todavía tan discutidas, evolución individual y evolución específica de los seres vivientes. Así:



 
Una vez que el individuo Universo hubo alcanzado su fase de madurez reproductora, pasó él a procurar cumplir la correspondiente función reproductora que estaba bullente en el Código Genético Divino que le había sido inspirado por el Creador, Dios. El alma del Universo, la Naturaleza, desconocía a priori cómo podría realizar tal función; por esa causa se vio ella en la necesidad de imaginarlo, diseñarlo, ensayarlo y realizarlo, en función de los recursos de que disponía. Pudiera haber pasado una eternidad, hasta que uno de sus intentos tuvo el éxito pretendido: Había producido ella un especial agregado molecular microscópico, mediante agregación mutua de compuestos moleculares primarios esenciales biológicos (ácidos nucleicos, proteínas, enzimas, etc.); tan especial era aquel agregado molecular, que Dios le infundió un alma. Y, de inmediato, aquel corpúsculo empezó a dar manifestaciones de vida propia; su actividad ya no era obra de la Naturaleza; aquello era un individuo capaz de obrar por propia motivación. ¡El Universo se sintió progenitor!

Acto seguido, la Naturaleza, que podía comunicarse directamente con el alma de aquella su incipiente criaturita filial, observó que ésta no sabía cómo hacer; y maternal, la Naturaleza, le inspiró un conjunto informativo básico de actuación instintiva o refleja, para que la criaturita supiese cómo adaptarse al medio o entorno en el que se hallaba, y que supiese cómo procurar sobrevivir y obtener los necesarios recursos nutrientes y energéticos. A tal conjunto informativo básico de actuación, transmitido por el progenitor a su criatura filial, es a lo que denominaremos código genético genealógico.

Pudiera haber ocurrido que aquella primera criaturita –en términos de biología podría ser denominada “célula bacteriana”– muriese prematuramente, pero ya la Naturaleza sabía cómo repetir el proceso procreador y lo repitió; y el seno local en donde la Naturaleza procreaba sus hijas se fue llenando de células bacterianas, todas hermanas y del mismo tipo específico. Muchas de éstas morirían prematuramente, por causa de los rigores ambientales, por incapacidad de adaptación, etc.; pero la Naturaleza procreaba miríadas de ellas y un significativo porcentaje de las mismas consiguió sobrevivir y completar el programa de vida terrena inscrito en el Código Genético Divino. El programa divino de vida terrena para los individuos, incluye la realización de la función procreadora.

Aquellas bacterias que consiguiesen procurar la realización de la función procreadora, lo que hacían de modo individual era ir formando un microscópico corpúsculo molecular similar al que había sido el origen corporal de ellas mismas; el cómo lo conseguían, es problema a descubrir por los biólogos. El caso era que de alguna manera cada bacteria progenitora obtenía los ácidos nucleicos, proteínas, enzimas, etc., necesarios para realizar la procreación de su hija; podría ocurrir que los encontrase en suspensión en las aguas de su entorno, por haberlos depositado allí la previsora Naturaleza; o podría ocurrir que metabólicamente copiase los suyos propios. Y una vez el nuevo corpúsculo estaba completado e instalado en condiciones físicas apropiadas para la vida, Dios le infundía un alma; entonces, la bacteria progenitora transmitía al alma de su incipiente hija su código genético informativo (compuesto por el que había recibido ella de su progenitor, más las ampliaciones adquiridas durante su propia experiencia vital), para que así su hija tuviese un modelo inicial de actuación.

En este punto hemos de hacer dos urgentes matizaciones:

- La experiencia vital de cada progenitora no podía ser idéntica a la de ninguna otra progenitora; cada una de ellas había tenido una vida independiente. Por lo cual, no podían existir dos códigos genéticos progenitores idénticos; podrían ser todos muy parecidos, pero idénticos no; tendrían que diferenciarse ellos en algún detalle aunque fuese mínimo.

- Cada nueva criatura recibía un código genético informativo más amplio que el que en su respectivo primer instante de vida había recibido su progenitora. Luego la hija podría llegar a adquirir cotas de desarrollo y funcionales superiores a las de su madre. Con ello, entramos en terrenos de la evolución.

Y ahora, en consideración a ambas matizaciones y a todo lo aplicable dicho con anterioridad, y si imaginamos repetida esa actividad procreadora a lo largo de millones de veces en ininterrumpidas cadenas generacionales; ¿no sería lógico y hasta necesario el que estableciésemos las siguientes conclusiones?:

- La evolución individual es evidente; todo individuo es diferente en algo a sí mismo en diferentes momentos de su vida; las diferencias más relevantes son las que corresponden a su estado embrionario, comparado con su estado adulto y su estado de agotamiento final, premortal.

- La evolución de las cadenas biológicas es lógica e insoslayable; de no darse el caso de haberse entrecruzado las cadenas comparadas, los individuos resultantes tras millones de generaciones habrían de ser orgánica y funcionalmente diferentes, en cada cadena. Habría que empezar a hablarse de especies diferentes.

Y, para finalizar este capítulo, dejaremos pendientes dos preguntas:

- Una, ¿Podría haber sido posible la vida de organismos vivos de mayor tamaño, que el mínimo tamaño de aquellas primeras células bacterianas procreadas por el Universo? Teniendo en cuenta las rigurosas condiciones ambientales reinantes sobre la superficie terrestre en aquellos primeros tiempos geológicos, atmosféricos y solares.

- Otra, ¿Podría ser compatible esa evolución biológica, con los designios creacionales de Dios: El Creador? O ¿Es que, precisamente, esa evolución biológica está señalada en el Código Genético Divino?

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