Monseñor
Rouco Varela ha desautorizado a la Delegación Diocesana de Pastoral del Trabajo
por enviar un comunicado elaborado por la Hermandad Obrera de Acción Católica y
la Juventud Obrera Cristiana, movimientos de Acción Católica, sobre la reforma
laboral anunciada por el gobierno de España. El comunicado dice lo siguiente:
La
Juventud Obrera Cristiana y la Hermandad Obrera de Acción Católica: como parte
de la Iglesia en el mundo obrero y del trabajo, ofrecemos esta reflexión ante
la aprobación por el Consejo de Ministros de una nueva reforma laboral.
Nos
encontramos con la 16ª reforma del mercado de trabajo en democracia. Hasta
ahora las sucesivas reformas laborales llevadas a cabo por los gobiernos, de
uno u otro signo político, bajo el pretexto de modernizar y flexibilizar dicho
mercado laboral, han transformando la concepción y función del trabajo
asalariado en nuestra sociedad y están socavando los derechos de las personas
trabajadoras y de sus familias.
Estas
reformas siempre se han presentado como una necesidad para combatir el desempleo,
pero sólo han conseguido:
-incrementar
el empleo temporal, especialmente para los jóvenes;
-diversificar
las modalidades de contratación a la carta;
-abaratar
el coste del despido;
-reducir
el crecimiento de los salarios;
- devaluar lo público (servicios sociales,
educación y sanidad).
En
definitiva, han profundizado en el trabajo precario y en el empobrecimiento de
las familias trabajadoras. Un ejemplo lo tenemos en los años de crecimiento
económico anteriores a la actual crisis: aún creándose riqueza y empleo, estos
no sirvieron para disminuir la pobreza en nuestro país.
Ninguna
reforma ha estado orientada hacia la expansión de un empleo decente como
Benedicto XVI reclama en la encíclica Caritas in veritate. Los derechos que
emanan de un trabajo a la altura del ser humano no pueden estar subordinados a
las exigencias económicas. Es la economía la que debe orientarse a las
necesidades de las personas y de sus familias; es el ser humano el centro de la
actividad económica y laboral. El respeto a la dignidad del trabajo, vinculado
a la dignidad de la persona, es y debe ser el criterio central de una economía
orientada por “una ética amiga de la persona”. (Benedicto XVI, Caritas in
veritate, 45).
Esta
nueva reforma es otra agresión al trabajo humano como principio de vida.
Creemos que una reforma laboral que pretende ser completa y marcar un antes y
un después en las relaciones laborales, no puede hacerse sin el suficiente
consenso social entre las personas trabajadoras y el colectivo empresarial. Y
tendría, además, que responder a las necesidades de las familias trabajadoras y
no a las exigencias impuestas por los mercados financieros, las grandes
empresas, las instituciones comunitarias y los organismos económicos
internacionales.
Esta
reforma laboral es una vuelta de tuerca más para flexibilizar el mercado de
trabajo:
-Quiebra
el derecho constitucional a la negociación colectiva y a la capacidad
organizativa de los trabajadores –no existe negociación real de los
trabajadores en el ámbito de la empresa cuando el 95% del tejido productivo
español está compuesto por empresas de menos de 50 trabajadores. Este Real
Decreto contempla la fractura de la cohesión social al habilitar la “caducidad”
de los convenios colectivos desincentivando cualquier negociación entre las
partes.
-Facilita
y abarata la expulsión del mercado de trabajo: quita trabas al despido por
causas económicas; rebaja la indemnización del improcedente (pasando a 33 días
por año trabajado, con un máximo de 24 mensualidades) y elimina la autorización
administrativa para poder llevar a cabo los expedientes de regulación de
empleo. Los contratos indefinidos con esta nueva regulación tampoco tendrán,
como los temporales, condición de estabilidad.
-Abre
el camino para ajustar los salarios a la productividad. Con esta reforma, los
salarios de los trabajadores más débiles van a depender de la voluntad
unilateral del empresario.
-Dificulta,
cuando no impide o precariza, el empleo juvenil. Más del 80% del empleo
destruido por la crisis corresponde a empleo juvenil. El nuevo contrato de
trabajo indefinido, especialmente para jóvenes (también para desempleados de
larga duración), dirigido a las empresas de menos de 50 trabajadores, se puede
convertir, más que indefinido, en un contrato temporal sin causa justificada.
Estas nuevas modalidades de contratación y regulación ponen en serio peligro,
aún más, la estabilidad presente y futura de la mayor parte de la juventud.
No
compartimos la individualización de las relaciones laborales que propone esta
reforma. Recordamos a nuestros gobernantes que el trabajo es una experiencia
comunitaria y que una de las funciones de la empresa, según la Doctrina Social
de la Iglesia, es favorecer la comunitariedad. Todo lo que suponga la
individualización, dar prioridad a los intereses personales frente a los
colectivos, significa romper la vocación a la comunión del ser humano.
No
es lícito eliminar derechos y protección de las personas trabajadoras con el
argumento de combatir el desempleo y de reducir la temporalidad, cuando han
sido las políticas económicas de los últimos gobiernos las que han provocado
que haya un tejido productivo tan débil y un empleo tan precario.
No
podemos seguir flexibilizando las relaciones laborales sin garantizar la seguridad
de una vida digna para las personas trabajadoras y sus familias. Y esta reforma
se lleva a cabo en un contexto de quiebra del Estado de Bienestar, de reducción
del Sector Público y de recortes de los servicios y prestaciones sociales sin
precedentes.
Esta
reforma rompe el débil equilibrio conquistado históricamente entre
capital-trabajo, alejándose del principio siempre defendido por la Iglesia de
la prioridad del trabajo frente al capital. Además, supone un nuevo golpe al
Derecho Laboral limitando su capacidad de frenar la creciente mercantilización
y “cosificación” del trabajo humano. Consideramos que este gobierno ha
aprovechado el estado de quietud y miedo de la mayor parte de la ciudadanía,
para eliminar viejas conquistas laborales y aspiraciones conseguidas tras
muchas luchas de tantas personas a lo largo de la historia.
Los
retos actuales que atraviesa la economía española requieren medidas políticas
concertadas en el ámbito internacional que subordinen la economía financiera a
la economía productiva. Es preciso, como ha pedido insistentemente Benedicto
XVI y el Pontificio Consejo Justicia y Paz, una reforma del sistema financiero
internacional. Esta reforma supondría avanzar en justicia social y comunión de
bienes, redistribuyendo efectivamente la riqueza existente; controlar la
economía especulativa y frenar el desmedido afán de lucro, en lugar de eliminar
derechos. Este es el camino que puede generar riqueza orientada a la creación
de empleo decente y con derechos, y a disminuir la pobreza.
Como
Iglesia en el mundo obrero, en las actuales circunstancias, pedimos a las
autoridades políticas, a los agentes sociales y económicos, al conjunto de los
trabajadores y de la sociedad, y especialmente a los cristianos y cristianas,
que caminemos juntos, con la intención de eliminar las causas que han generado
esta crisis económica y, al mismo tiempo, superemos las estructuras económicas
y sociales injustas que tanto sufrimiento, deshumanización y pobreza están
provocando a las personas.
También
instamos a los partidos políticos a corregir y reorientar, en el proceso
parlamentario, esta reforma laboral poniendo en el centro de la misma el
trabajo decente y con derechos y, al mismo tiempo, animamos a participar en las
iniciativas y movilizaciones que se convoquen por parte de las organizaciones
eclesiales, sociales y sindicales que ayuden a tomar conciencia y revertir esta
situación tan lesiva para las personas trabajadoras y sus familias.
Pese
a que normalmente solemos apoyar las posturas de las autoridades de la Iglesia
Católica, en este caso no podemos hacerlo. Muy mal hacen los representantes
católicos en apoyar, aunque sea negándose a admitir una crítica a la reforma
laboral, al Partido Popular, quien ha demostrado sobradamente su nulo apoyo a la
religión católica y a todos los movimientos sociales derivados de la misma en
los momentos en los que le ha tocado gobernar.
Hoy,
más que nunca, la Iglesia Católica debe estar al lado de todos aquellos que
sufren las consecuencias de la crisis y no apoyando a la clase política
vividora y a la banca usurera responsable de la penosa situación que
atravesamos. ¿Cómo vamos los católicos a apoyar a quienes son responsables
directos de la crisis económica y de valores que sufre el mundo entero?
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