Centenares de personas se agolpaban este
viernes expectantes a la salida de la Catedral para ver salir por segunda vez
esta Semana Santa al Cristo de la Vega. Entre el bullicio de las primeras horas
del Viernes Santo, las principales calles de la Imperial se convertían en un
inesperado patio de butacas que esperaba ver el paso del Cristo crucificado.
Se hacía el silencio. Eran las 00.10 de la
noche y la abarrotada Plaza del Ayuntamiento comenzaba a callar murmuros. Era
la salida de los nazarenos, que empezaban a marcar el inicio de la procesión. A
las puertas del seminario, y con un larga fila de capuces a sus espaldas, una
ordenada procesión de hermanos del Santísimo Cristo de la Vega esperaba
paciente las instrucciones de su capataz. Sólo cinco minutos más tarde, y tras
el resonar de la trompeta, la Plaza consistorial enmudecía y el Cristo muerto
en la Cruz se dejaba asomar por el templo primado.
Con el brazo derecho desclavado del madero,
el Cristo de la Vega comenzaba su tradicional desfile del Viernes Santo que
abriría un largo día de procesiones repleto de espíritu católico. Los capuces
blancos abrían el paso del Jesús Crucificado acompañados de penitentes, que
hacían sonar la campana marcando el paso de las primeras filas. Tras los
nazarenos estaba la banda, que entonaba marchas semanasanteras desprovistas de
grandes artificios y que sólo pretendían marcar el paso de un desfile de muerte
profundamente señalado por el silencio.
Con la subida del Cristo por la cuesta hacía
la plaza del Zocodover, eran las filas de nazarenos las que abrían el paso del
silencio por las calles en una noche de Viernes Santo en la que las buenas
temperaturas hicieron brillar a la capital con unas calles visiblemente
abarrotadas.
Los candiles a los pies de los capuces iluminaban
el pasear de las filas, haciéndolo lento y dejando que la grandeza de la talla
no se viera ensombrecida por nada. En su caminar, su sombra proyectada en la
Catedral auguraba una estampa fúnebre, de aquél recorrido que se repetiría
durante todo el día y que marca la agonía, lenta, del que morirá en las manos
de los que vino a salvar.
A los pies de esta talla crucificada había
flores rojas, en un símil con la sangre que se desprendió por el monte
Calvario. La vegetación acompasaban la enraizada tradición de representar a un
hijo de Dios afligido ante su fallecimiento en la tarde del viernes.
A la espalda del Cristo continuaban las filas
de fieles que acompañaban al hijo de Dios en su angosto recorrido. Con su
balance rítmico, el paso bailaba al son de la banda de trompetas y tambores
mientras que dejaba a su paso regueros de armonioso silencio. Una palabra
callada que se rompió frente a la Puerta del Perdón de la Catedral, en la que
los seminaristas toledanos entonaron motetes al paso de la imagen.
La austeridad de los faroles, apenas
iluminados, dejaban ver a la perfección su imagen: un Cristo muerto en la Cruz
que, se dice, procedía durante sus primeras etapas de una talla completa de un
Descendimiento. Como lo desconocido de su origen, y el misterio que ha acunado
tras de si la talla, con la leyenda A buen juez mejor testigo de Zorrilla, el
paso del Cristo paseó entre una afluencia de público, muy dispar por las
diferentes partes del recorrido.
Más adelante, y según avanzaba el desfile
procesional, las andas de madera con un peso de 800 Kgs se pararon al paso en
Zocodover donde la hermandad del Jesús Resucitado de Olías del Rey,
interpretaron un litúrgico encuentro que se hacía por primera vez.
Los 20 por hermanos cofrades, que portan la
talla durante todo el caminar del paso, con los relevos de 10 en cada tramo del
recorrido, vivieron un último esfuerzo con la bajada del conocido Zig Zag que,
como había ocurrido en los primeros tramos de la procesión, se enmarcó con una
de las afluencias mayores del desfile.
Pero el encuentro con la hermandad de Olías y
a las puertas de la Catedral no fueron los únicos momentos en los que el Cristo
de La Vega se vio acompañado. La imagen, que cuenta con su propia banda de
tambores y cornetas compuesta por los 20 Hermanos y Hermanas más jóvenes de la
Hermandad, se paró delante del convento de Santo Domingo el Real. Allí la
cofradía del Cristo Redentor salió con su imagen titular al pórtico para
recibir a la Hermandad del Cristo de la Vega y cantar el Miserere ante ambas
imágenes.
El atuendo de los hermanos, con una túnica de
color granate con capuz y escapulario blanco, este bordado una corona de
espinas y tres clavos, empapó de pungido sentimiento las calles de la ciudad de
las Tres Culturas. El Cristo se despidió de la madrugada del Viernes Santo a su
entrada en La Basílica, el templo oficial de la hermandad en el que, hasta
pentecostés, se le rendirán los tradicionales reviernes.
La Tribuna de Toledo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
-elmunicipiotoledo- no se hace responsable de los comentarios de sus lectores. -elmunicipiotoledo- se reserva el derecho de arbitraje y censura. Se ruega que los comentarios no se realicen de forma anónima.
Contacto: elmunicipiotoledo@hotmail.com