A continuación reproducimos integramente el
discurso de Benedicto XVI en su despedida de Cuba:
Señor Presidente,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el
Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos,
Doy gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla, que tan profunda huella dejó en el corazón de mi amado Predecesor, el Beato Juan Pablo II, cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la esperanza.
También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como peregrino de la caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su venerada imagen en el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la Iglesia en esta Nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano de Cristo, descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el corazón humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad solidaria, en la que nadie se sienta excluido. «Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte –Él vive – y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza» (Vigilia de oración con los jóvenes. Feria de Friburgo de Brisgovia, 24 septiembre 2011).
Agradezco al Señor Presidente y a las demás
Autoridades del País el interés y la generosa colaboración dispensada para el
buen desarrollo de este viaje. Vaya también mi viva gratitud a los miembros de
la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que no han escatimado esfuerzos ni
sacrificios para este mismo fin, y a cuantos han contribuido a él de diversas
maneras, en particular con la plegaria.
Me llevo en lo más profundo de mi ser a todos
y cada uno de los cubanos, que me han rodeado con su oración y afecto,
brindándome una cordial hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y
justas aspiraciones.
Vine aquí como testigo de Jesucristo,
convencido de que, donde él llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la
bondad despeja incertidumbres y una fuerza vigorosa abre el horizonte a
inusitadas y beneficiosas perspectivas. En su nombre, y como Sucesor del
apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de salvación, que fortalezca el
entusiasmo y solicitud de los Obispos cubanos, así como de sus presbíteros, de
los religiosos y de quienes se preparan con ilusión al ministerio sacerdotal y
la vida consagrada. Que sirva también de nuevo impulso a cuantos cooperan con
constancia y abnegación en la tarea de la evangelización, especialmente a los
fieles laicos, para que, intensificando su entrega a Dios en medio de sus
hogares y trabajos, no se cansen de ofrecer responsablemente su aportación al
bien y al progreso integral de la patria.
El camino que Cristo propone a la humanidad,
y a cada persona y pueblo en particular, en nada la coarta, antes bien es el
factor primero y principal para su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor,
que ha brillado con fulgor en estos días, no se apague en quienes la han
acogido y ayude a todos a estrechar la concordia y a hacer fructificar lo mejor
del alma cubana, sus valores más nobles, sobre los que es posible cimentar una
sociedad de amplios horizontes, renovada y reconciliada. Que nadie se vea
impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus
libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos
materiales.
Situación que se ve agravada cuando medidas
económicas restrictivas impuestas desde fuera del País pesan negativamente
sobre la población.
Concluyo aquí mi peregrinación, pero
continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la
casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la
libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la
libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder
adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así
una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro
de su vida, su familia y su patria.
La hora presente reclama de forma apremiante
que en la convivencia humana, nacional e internacional, se destierren
posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer
más arduo el entendimiento e ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las
eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando
incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión
recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas
esperanzas.
Cuba, reaviva en ti la fe de tus mayores,
saca de ella la fuerza para edificar un porvenir mejor, confía en las promesas
del Señor, abre tu corazón a su evangelio para renovar auténticamente la vida
personal y social.
A la vez que les digo mi emocionado adiós,
pido a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre que proteja con su manto a todos
los cubanos, los sostenga en medio de las pruebas y les obtenga del Omnipotente
la gracia que más anhelan.
¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por
la presencia materna de María! Que Dios bendiga tus destinos.
El discurso de Benedicto XVI ha sido obtenido
integramente de “La Gaceta”, que en esta ocasión vuelve a dar una de cal al
ofrecer su imagen “católica”. No obstante, se agradece que algún medio se
moleste en publicar de manera integra los discursos del Papa para una posible
lectura posterior por parte de los fieles de la Iglesia Católica, para poder
conocer así el contenido de una forma más completa y no sólo mediante frases
aisladas publicadas por los diversos diarios de tirada nacional o por los
medios televisivos.
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