EL ORIGEN DE LA VIDA.
Por
José Antonio Chamorro Manzano
- El afán investigador humano sobre el origen de la vida, se puso
en marcha desde remota antigüedad y por el camino teológico; así, todas las religiones
elaboraron sus hipótesis cosmogenésicas en las que el papel de creador único le
era atribuido al ser sobrenatural supremo, Él sería el diseñador y el motor y
el hacedor único del Universo y de cuantos seres vivientes hubieran en éste.
Ello ha resultado en un voluminoso conjunto de ideas, modelos y doctrinas que
son recogidas bajo el epígrafe común de “creacionismo”.
Con el paso del tiempo y al conseguirse la ampliación de los
conocimientos y la sistematización del pensamiento y de los estudios sobre la naturaleza,
apareció el mundo de la Ciencia; y ésta hubo de verse atraída hacia la
investigación de todas las manifestaciones sensibles de la naturaleza, entre
ellas el Universo y los seres vivientes, y, como no podía ser menos, también
fue atraída hacia la investigación sobre los orígenes de la vida orgánica y sobre
la estructura de la materia y sus leyes funcionales. Y esa investigación ha
resultado en un inmenso conjunto de ramas especializadas de las Ciencias y, lo
que es más controvertido, en una radical oposición hacia las afirmaciones e
hipótesis provenientes del creacionismo; radical oposición materializada mediante
un conjunto argumental de carácter naturista científico y conocido como
“evolucionismo”, que intenta probar que científicamente que los seres vivos
individuales consiguen evolucionar orgánica y funcionalmente, por sí mismos,
para hacer surgir nuevas especies, descargando así a Dios de la ocupación de
dar forma y capacidades a los sucesivos seres vivientes.
Hasta la actualidad, los partidarios de ambos conceptos
originarios de la vida orgánica sobre la Tierra –creacionistas y evolucionistas–
se vienen mostrando radicalmente irreconciliables. De su enfrentamiento, no se
consigue ningún beneficio, ni para la verdad teológica ni para la verdad científica.
Luego parece razonable que debiera procurarse armonizar ambas disciplinas;
porque siempre se ha dicho que la unión hace la fuerza.
- Por nuestra parte y con la finalidad de poder ofrecer algunas
conclusiones originales que pudieran aportar algo de luz al respecto,
recurriremos tanto al magisterio científico como al magisterio
filosófico-teológico. Y, de la mano de ambos magisterios, sin prejuicios viejos
o nuevos, trataremos de conocer sobre “el qué es la vida”, y sobre “el origen,
la motivación y la finalidad de la misma”.
En primer término y del magisterio filosófico-teológico, tomamos y
aceptamos dos bases de partida conceptuales, fundamentales:
Una: El origen de la vida –de todo lo que se manifiesta de alguna
manera en el interior y en el exterior de nosotros mismos–, damos por cierto
que ese origen se encuentra en la propia voluntad y el poder de un ser
sobrenatural universal, del primer diseñador existencial, inteligente y creador
e integrador afectivo, Dios.
Dos: La motivación de la vida y la finalidad de la vida, las
atribuimos a designios de dicho ser sobrenatural y creador divino; y de los
cuales designios, la parte de ellos que Sus criaturas necesitemos conocer para
poder conducirnos con acierto en la vida terrena, esa parte nos es inspirada
genéticamente por el Creador de manera sentimental en la intimidad de nuestra
alma o conciencia, y en cada una de todas las almas por igual.
- Y ahora, ya, afirmados en ambas bases conceptuales dichas,
pasamos a exponer nuestra primera conclusión hipotética respecto al origen de
la vida:
En algún momento de la eternidad del pasado, el referido ser
sobrenatural, Dios, decidió tomar naturaleza creadora universal; decidió Él
crear seres individuales, a los que poder ofrecerles de modo paternal el compartir
todo Su ser y Sus potencias y Sus sentimientos y Sus creaciones.
Conforme a la perfección divina, Dios crearía las cosas
necesarias, las cuales serían perfectamente adecuadas a la finalidad pretendida
e imperecederas; Él crearía las almas y los sentimientos existenciales
genéricos, y establecería Sus designios y motivaciones. Y, conforme a sus
respectivas capacidades específicas y conforme a sus respectivas capacidades
particulares o circunstanciales, las
almas creadas, inspiradas y motivadas por Él, serían Sus criaturas
colaboradoras determinantes en la Obra de la Creación Universal.
- La primera criatura del Creador, la primera de las almas creadas
lo fue el alma que había de dar existencia y vida y acción al primer ser
viviente de la Creación, al Universo; a cuya alma, de manera ambigua, solemos
denominar “la Naturaleza”.
Dios puso a disposición de esa primer alma todos Sus recursos
divinos; recursos exclusivamente espirituales. E informó a ese alma de Sus
designios, mediante el conjunto sentimental universal, motivador y guía
existencial, y de dotación genética individual, que conocemos ahora como Código
Genético Divino. Tengamos en cuenta que los designios de Dios son universales;
Él no hace almas mejores ni peores, ni dota a unas almas mejor que a otras. Lo
que sí ocurriría, luego, es que cada una de las almas se encontraría frente a
su propia problemática determinada por sus particulares circunstancias; y así,
el Universo sería una criatura única en su especie, no tendría que competir con
ninguna otra y podría disponer de modo ilimitado en su cuantía de los recursos
divinos, y por ello el Universo estaría inmune a accidentes mortales que
pusieran en peligro su cooperación funcional en la Obra de la Creación y en la
existencia y la vida de la infinidad de todas las demás criaturas individuales,
que en su seno irían surgiendo sucesivamente.
Dicha alma, la Naturaleza, tan pronto como recibió el inicial
impulso existencial divino, se lanzó de inmediato y con plena fidelidad
inquebrantable a contribuir al cumplimiento de los designios del Creador. Hubo
de emplear ella una eternidad; pero al fin consiguió producir –mediante la
transformación cualitativa de los recursos espirituales divinos que había
recibido–, consiguió producir toda la materia original universal, y todas las
fuerzas interactivas y todas las diversas energías necesarias para, que siendo aplicadas
convenientemente éstas sobre la misma materia producida, poder formar su cósmico
organismo corporal y poder mantenerlo funcional en vida y acción.
- Con lo antedicho, ya tenemos un gran motivo de reconsideración.
Muchas personas estarán en la firme creencia (creacionista) de que la materia
universal y la fuerza y la energía universal y el mismo Universo son de directo
diseño y de directa creación de Dios, y ofrecerán resistencia a admitir lo
expuesto en el párrafo anterior. Ante ello, vaya esta otra consideración: Como
ya ha quedado dicho antes también, “conforme a la perfección divina, Dios
crearía cosas perfectas e imperecederas, crearía almas y sentimientos”. Y al
ser la materia y las fuerzas y las energías físicas algo de naturaleza
perecedera y transitoria, no serían creadas directamente por Dios, aunque serían
producidas por una criatura de Dios, una criatura debidamente facultada por Él
para poder conseguir esa producción y poder establecer las leyes universales físicas
que rigen su evolutiva conservación y su funcional aplicación.
- Si bien, en sus inicios, la Naturaleza no disponía de recursos
“directamente utilizables” para realizar su proyectada obra corpórea propia (el
Universo); en cambio, disponía ella de la ilimitada cantidad de recursos
espirituales que Dios le ofrecía. Entonces, la solución práctica le debió
parecer elemental a la Naturaleza: La solución consistiría en que transformase,
ella misma, algunos recursos espirituales, de los de aquella ilimitada cantidad
que tenía a su disposición, en una inmensa cantidad de recursos de alguna otra
clase y que fuesen utilizables para la realización de los pretendidos efectos
corpóreos instrumentales propios. Recursos de alguna otra clase que, luego y
por efecto de la continuada actividad funcional de la Naturaleza, terminarían
tomando, unos, carácter material físico, y, otros, carácter energético físico o
de fuerza interactiva física. Aunque pudiera ser probable –me parece admisible como hipótesis accesoria– que en aquel
principio la Naturaleza no supiese qué cualidades habrían de llegar a tener los
pretendidos recursos utilizables a producir por ella misma.
Pero, por muy difíciles que
pudieran ser los problemas funcionales y de diseño a los que se enfrentaba la
Naturaleza, se beneficiaba ella de que podía actuar con serenidad, sin tener
que competir con ningún otro ser viviente similar al ser que iba a procrear
ella misma (el ser llamado Universo), puesto que no coexistiría con ningún otro
ser viviente de características específicas similares a él mismo; Universo no
habría nada más que uno. La Naturaleza podía actuar sin coacciones y disponía
de una infinidad de tiempo y de recursos para realizar su obra.
Y, como es evidente,
la Naturaleza cumplió y cumple con fidelidad su misión colaboradora con el
Creador; procreó o produjo ella la materia original universal y las fuerzas y
las energías aplicables sobre esa materia, y se dotó de un organismo corporal y
lo desarrolló, y tal organismo –el del ser viviente Universo– llegó a adquirir un
estado de madurez que le facultó como reproductor biológico, para poder procrear
sus propias criaturas filiales: los rudimentarios y microscópicos seres unicelulares
que constituyeron la primera generación de individuos vivientes habidos, al
menos en el planeta Tierra.
Pero la evidente amplitud del tema es motivo de nuevos siguientes
trabajos por nuestra parte. Y atentos siempre a las conclusiones magistrales
proporcionadas por la Teología y la Filosofía y por las Ciencias naturales.
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