sábado, 11 de febrero de 2012

La auténtica filosofía IX


EL ORIGEN DE LA VIDA.




Por José Antonio Chamorro Manzano
- El afán investigador humano sobre el origen de la vida, se puso en marcha desde remota antigüedad y por el camino teológico; así, todas las religiones elaboraron sus hipótesis cosmogenésicas en las que el papel de creador único le era atribuido al ser sobrenatural supremo, Él sería el diseñador y el motor y el hacedor único del Universo y de cuantos seres vivientes hubieran en éste. Ello ha resultado en un voluminoso conjunto de ideas, modelos y doctrinas que son recogidas bajo el epígrafe común de “creacionismo”.

Con el paso del tiempo y al conseguirse la ampliación de los conocimientos y la sistematización del pensamiento y de los estudios sobre la naturaleza, apareció el mundo de la Ciencia; y ésta hubo de verse atraída hacia la investigación de todas las manifestaciones sensibles de la naturaleza, entre ellas el Universo y los seres vivientes, y, como no podía ser menos, también fue atraída hacia la investigación sobre los orígenes de la vida orgánica y sobre la estructura de la materia y sus leyes funcionales. Y esa investigación ha resultado en un inmenso conjunto de ramas especializadas de las Ciencias y, lo que es más controvertido, en una radical oposición hacia las afirmaciones e hipótesis provenientes del creacionismo; radical oposición materializada mediante un conjunto argumental de carácter naturista científico y conocido como “evolucionismo”, que intenta probar que científicamente que los seres vivos individuales consiguen evolucionar orgánica y funcionalmente, por sí mismos, para hacer surgir nuevas especies, descargando así a Dios de la ocupación de dar forma y capacidades a los sucesivos seres vivientes.

Hasta la actualidad, los partidarios de ambos conceptos originarios de la vida orgánica sobre la Tierra –creacionistas y evolucionistas– se vienen mostrando radicalmente irreconciliables. De su enfrentamiento, no se consigue ningún beneficio, ni para la verdad teológica ni para la verdad científica. Luego parece razonable que debiera procurarse armonizar ambas disciplinas; porque siempre se ha dicho que la unión hace la fuerza.

- Por nuestra parte y con la finalidad de poder ofrecer algunas conclusiones originales que pudieran aportar algo de luz al respecto, recurriremos tanto al magisterio científico como al magisterio filosófico-teológico. Y, de la mano de ambos magisterios, sin prejuicios viejos o nuevos, trataremos de conocer sobre “el qué es la vida”, y sobre “el origen, la motivación y la finalidad de la misma”.

En primer término y del magisterio filosófico-teológico, tomamos y aceptamos dos bases de partida conceptuales, fundamentales:

Una: El origen de la vida –de todo lo que se manifiesta de alguna manera en el interior y en el exterior de nosotros mismos–, damos por cierto que ese origen se encuentra en la propia voluntad y el poder de un ser sobrenatural universal, del primer diseñador existencial, inteligente y creador e integrador afectivo, Dios.

Dos: La motivación de la vida y la finalidad de la vida, las atribuimos a designios de dicho ser sobrenatural y creador divino; y de los cuales designios, la parte de ellos que Sus criaturas necesitemos conocer para poder conducirnos con acierto en la vida terrena, esa parte nos es inspirada genéticamente por el Creador de manera sentimental en la intimidad de nuestra alma o conciencia, y en cada una de todas las almas por igual.

- Y ahora, ya, afirmados en ambas bases conceptuales dichas, pasamos a exponer nuestra primera conclusión hipotética respecto al origen de la vida:

En algún momento de la eternidad del pasado, el referido ser sobrenatural, Dios, decidió tomar naturaleza creadora universal; decidió Él crear seres individuales, a los que poder ofrecerles de modo paternal el compartir todo Su ser y Sus potencias y Sus sentimientos y Sus creaciones.

Conforme a la perfección divina, Dios crearía las cosas necesarias, las cuales serían perfectamente adecuadas a la finalidad pretendida e imperecederas; Él crearía las almas y los sentimientos existenciales genéricos, y establecería Sus designios y motivaciones. Y, conforme a sus respectivas capacidades específicas y conforme a sus respectivas capacidades particulares o circunstanciales,  las almas creadas, inspiradas y motivadas por Él, serían Sus criaturas colaboradoras determinantes en la Obra de la Creación Universal.

- La primera criatura del Creador, la primera de las almas creadas lo fue el alma que había de dar existencia y vida y acción al primer ser viviente de la Creación, al Universo; a cuya alma, de manera ambigua, solemos denominar “la Naturaleza”.




Dios puso a disposición de esa primer alma todos Sus recursos divinos; recursos exclusivamente espirituales. E informó a ese alma de Sus designios, mediante el conjunto sentimental universal, motivador y guía existencial, y de dotación genética individual, que conocemos ahora como Código Genético Divino. Tengamos en cuenta que los designios de Dios son universales; Él no hace almas mejores ni peores, ni dota a unas almas mejor que a otras. Lo que sí ocurriría, luego, es que cada una de las almas se encontraría frente a su propia problemática determinada por sus particulares circunstancias; y así, el Universo sería una criatura única en su especie, no tendría que competir con ninguna otra y podría disponer de modo ilimitado en su cuantía de los recursos divinos, y por ello el Universo estaría inmune a accidentes mortales que pusieran en peligro su cooperación funcional en la Obra de la Creación y en la existencia y la vida de la infinidad de todas las demás criaturas individuales, que en su seno irían surgiendo sucesivamente.

Dicha alma, la Naturaleza, tan pronto como recibió el inicial impulso existencial divino, se lanzó de inmediato y con plena fidelidad inquebrantable a contribuir al cumplimiento de los designios del Creador. Hubo de emplear ella una eternidad; pero al fin consiguió producir –mediante la transformación cualitativa de los recursos espirituales divinos que había recibido–, consiguió producir toda la materia original universal, y todas las fuerzas interactivas y todas las diversas energías necesarias para, que siendo aplicadas convenientemente éstas sobre la misma materia producida, poder formar su cósmico organismo corporal y poder mantenerlo funcional en vida y  acción.

- Con lo antedicho, ya tenemos un gran motivo de reconsideración. Muchas personas estarán en la firme creencia (creacionista) de que la materia universal y la fuerza y la energía universal y el mismo Universo son de directo diseño y de directa creación de Dios, y ofrecerán resistencia a admitir lo expuesto en el párrafo anterior. Ante ello, vaya esta otra consideración: Como ya ha quedado dicho antes también, “conforme a la perfección divina, Dios crearía cosas perfectas e imperecederas, crearía almas y sentimientos”. Y al ser la materia y las fuerzas y las energías físicas algo de naturaleza perecedera y transitoria, no serían creadas directamente por Dios, aunque serían producidas por una criatura de Dios, una criatura debidamente facultada por Él para poder conseguir esa producción y poder establecer las leyes universales físicas que rigen su evolutiva conservación y su funcional aplicación.

- Si bien, en sus inicios, la Naturaleza no disponía de recursos “directamente utilizables” para realizar su proyectada obra corpórea propia (el Universo); en cambio, disponía ella de la ilimitada cantidad de recursos espirituales que Dios le ofrecía. Entonces, la solución práctica le debió parecer elemental a la Naturaleza: La solución consistiría en que transformase, ella misma, algunos recursos espirituales, de los de aquella ilimitada cantidad que tenía a su disposición, en una inmensa cantidad de recursos de alguna otra clase y que fuesen utilizables para la realización de los pretendidos efectos corpóreos instrumentales propios. Recursos de alguna otra clase que, luego y por efecto de la continuada actividad funcional de la Naturaleza, terminarían tomando, unos, carácter material físico, y, otros, carácter energético físico o de fuerza interactiva física. Aunque pudiera ser probable –me parece admisible como hipótesis accesoria– que en aquel principio la Naturaleza no supiese qué cualidades habrían de llegar a tener los pretendidos recursos utilizables a producir por ella misma.

Pero, por muy difíciles que pudieran ser los problemas funcionales y de diseño a los que se enfrentaba la Naturaleza, se beneficiaba ella de que podía actuar con serenidad, sin tener que competir con ningún otro ser viviente similar al ser que iba a procrear ella misma (el ser llamado Universo), puesto que no coexistiría con ningún otro ser viviente de características específicas similares a él mismo; Universo no habría nada más que uno. La Naturaleza podía actuar sin coacciones y disponía de una infinidad de tiempo y de recursos para realizar su obra.

Y, como es evidente, la Naturaleza cumplió y cumple con fidelidad su misión colaboradora con el Creador; procreó o produjo ella la materia original universal y las fuerzas y las energías aplicables sobre esa materia, y se dotó de un organismo corporal y lo desarrolló, y tal organismo –el del ser viviente Universo– llegó a adquirir un estado de madurez que le facultó como reproductor biológico, para poder procrear sus propias criaturas filiales: los rudimentarios y microscópicos seres unicelulares que constituyeron la primera generación de individuos vivientes habidos, al menos en el planeta Tierra.

Pero la evidente amplitud del tema es motivo de nuevos siguientes trabajos por nuestra parte. Y atentos siempre a las conclusiones magistrales proporcionadas por la Teología y la Filosofía y por las Ciencias naturales.

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