Por
José Antonio Chamorro Manzano
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Antecedentes:
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Los imperativos genéticos innatos de herencia paterno-materna, impulsan el alma
del individuo en estado de gestación a ir dotándose con un organismo físico
corporal característico de su especie genealógica. Y dentro de ese organismo
corporal habrán de estar incluidos (salvo anomalías particulares) todos los
diversos órganos que habrá de necesitar el individuo para poder realizar sus
correspondientes actividades funcionales genéricas de vida y de acción.
Por
dicho motivo, cada persona llegará a estar dotada con, entre todos los demás,
los órganos propios del sexo masculino o con los del sexo femenino; para así, y
si en su fase de madurez se diesen las condiciones circunstanciales adecuadas,
poder participar en la realización de las actividades relativas a la
procreación filial.
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En el ámbito humano, la función de la procreación filial conlleva la obligación
moral de cuidar y proteger y proporcionar el más acertado aprendizaje a las
criaturas surgidas, y ello desde el instante inicial de la existencia de cada
una de éstas.
El
instante inicial de la existencia individual, es el instante en el que Dios
infunde el alma respectiva que da el ser al nuevo individuo. Entonces, ese alma
toma posesión del reunido material preembrionario y mediante el modelo de
actuación proporcionado por la simultánea inspiración genética progenitora, da
comienzo ella a la realización del proceso biológico denominado embriogénesis.
Y ya desde entonces, habrá de ir pasando el mismo individuo por las
subsiguientes fases sucesivas de desarrollo corporal (embrionaria, fetal,
infantil, juvenil, madurez y ancianidad).
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Por causas derivadas del conocimiento intuitivo de dicha obligación moral o por
otras causas relativas al proyecto de vida que la persona decida o se vea
forzada a emprender y que resultasen causas previsiblemente incompatibles con
su dedicación a las obligaciones progenitoras, habrá muchas personas que aun
estando capacitadas orgánicamente para la procreación decidan abstenerse de
realizar las actividades correspondientes a esa función.
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En el alma existen unos instintos naturales, llamémosles garantes de la
dedicación del individuo al cumplimiento de sus funciones existenciales
genéricas, y que incitan a éste a llevar a cabo las correspondientes
actividades; y lo hacen ellos de modo irracional, imperioso y constante, a
veces irresistible.
Para
poder contrarrestar con propia voluntad la violenta presión de las incitaciones
que le son causadas por sus instintos naturales, el individuo tendría que
valerse de adecuados poderosos argumentos de razón; aunque, para conseguirse
tales argumentos, le resulta necesaria una acertada y convincente educación,
que en su aspecto moral ha de estar basada en los principios universales que
conforman la auténtica teología, de inspiración divina. Mientras la persona no
disponga de tales argumentos de razón, veremos cómo ella estará sometida a la
irrefrenable presión violenta de sus instintos y a expensas de los azares de su
suerte que la puedan favorecer o no.
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Por todo lo dicho, ocurrirá el que haya personas que decidan abstenerse, total
o temporalmente, de realizar las actividades propias de la procreación. Pero
también ocurrirá el que haya otras personas que, incapaces de defenderse del
acoso de sus instintos y de la influencia de las nocivas incitaciones
circulantes en su ámbito social, se vean obsesivamente impulsadas a la práctica
de actividades sexuales de carácter aberrante o abusivo y sin ánimo procreador.
En este caso, las personas habrán de pasar una angustiosa odisea que les
llevará a la degeneración (aberraciones, prácticas anticonceptivas, aborto),
odisea que les llevará a estar expuestas a actuar ignorando o contrariando la
inspiración divina y malversando su tiempo y sus facultades psicofísicas.
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Los hechos:
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El alma humana se halla dotada con los sentimientos existenciales de Amor, Vida
y Acción que Dios le inspira mediante el componente primero y fundamental del
alma, el Código Genético Divino. Aunque, para el debido ejercicio práctico de
esos sentimientos, la persona necesita valerse de una acertada y convincente
educación, de carácter moral y científico-biológico y sociológico-convivencial,
etc.
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Por otra parte, la posible corrupción habida en los ámbitos sociales en los que
participa la persona, influirá –a veces, de modo determinante– en sus
decisiones de conducta, en su manera de ser.
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Si nos centramos en la cuestión sexual concerniente al libre albedrío de la
persona, pudieran ocurrir dos cosas:
Primera:
Que la persona no haya conseguido aún el adquirir los argumentos de razón
necesarios para poder dominar sus instintos irracionales. Y entonces ella no
sea capaz de, por propia voluntad, poder conducirse conforme a su destino
existencial natural –el inspirado por Dios–, y en la manera en que la práctica
fiel de la consecuente y civilizada sociabilidad fraterna exige.
Segunda:
Que la persona haya conseguido ya adquirir los argumentos de razón necesarios
para poder dominar sus instintos irracionales, y pueda procurar el comportarse debidamente,
conforme a lo dicho en el párrafo anterior.
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Conclusión:
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El tema es de muy superior extensión a la que puede tener cabida en este solo
capítulo; habremos de continuarlo en siguientes capítulos. Para concluir ahora,
hagamos dos breves consideraciones consecuentes a lo dicho en el epígrafe
anterior:
Una:
Todas las personas deberíamos tener en cuenta que el organismo psicofísico
humano dispone de manera natural, genealógica, de unas defensas básicas para
protegerse de cualesquiera conductas que pudieran atentar gravemente contra su
propia integridad y buen estado y debida dedicación. Y esas defensas son
rigurosas; cuando han de actuar, empiezan ellas por –a manera de aviso
preventivo– desfigurar y hacer repelente la imagen personal del individuo y
luego, si fuera necesario, –a manera de fuerza correctiva– acabarían por
producirle incapacidades funcionales, incluso de carácter vital.
Dos:
Todas las personas deberíamos tener en cuenta que, para poder conseguir
adquirir y reforzar los argumentos de razón necesarios para poder dominar los
instintos irracionales, deberemos procurar dedicar todas nuestras facultades
psicofísicas a la realización constante de aquellas actividades que
particularmente nos sean posibles y que sean conformes a nuestro destino
natural de inspiración divina.
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El alma no puede estar inactiva; siempre ha de estar ocupada en la realización
de alguna de las funciones existenciales que motivan su existencia terrena. La
ociosidad hará posible la dedicación a actividades corruptoras, y, en
consecuencia, el que el alma haya de hacer entrar en acción sus defensas
naturales básicas.
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