martes, 4 de octubre de 2011

JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD. MADRID, 21-AGOSTO-2011.



Por José Antonio Chamorro Manzano

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EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE



Bajo el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas

el madrileño espacio celeste del universal firmamento,

entre el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,

tras su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte regresaba

en solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.



En el medio del camino, en la popular Puerta del Sol, algo lejos todavía,

una concentración ilegal atea surgido había, un rebaño de ovejos parecía;

 y el cerrarle el paso al Cristo, ella con sus siniestros manejos pretendía.



– Oficial, no se va a poder pasar. En la Puerta del Sol, está mal la situación.

Comunicó un mando policial, maniatado por el gobierno de la Nación.



– ¡El Cristo está en su derecho y en su necesidad de paso

y le escolta La Legión!

Respondió con serena firmeza el Oficial al mando de la escolta de honor,

consciente de su obligación.



– Y hágaselo usted saber a quien tenga la jurisdicción.

Si al llegar el Cristo allí, encontramos obstáculo o interrupción,

mis hombres, los legionarios, apartarán todo lo que impida el libre paso a la procesión.



¡Va en ello el derecho de paso de Cristo en crucifixión!



¡Van en ello el honor del pueblo creyente y el de La Legión!

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Bajo el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas

el madrileño espacio celeste del universal firmamento,

entre el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,

tras su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte proseguía su regreso

en solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.



Entonces se oyeron vibrar los sones de esa marcial legionaria canción,

que también es sentida plegaria que elevan con su mayor devoción

quienes sabedores de los riesgos mortales que exige su militar profesión



¡Encomiendan el azar de su suerte,

al Amor del Cristo de la Buena Muerte!

. . . . . .

Soy valiente y leal legionario, soy soldado de brava Legión,
pesa en mi alma doliente calvario que en el fuego busca redención.
Mi divisa no conoce el miedo, mi destino tan solo es sufrir,
mi bandera luchar con denuedo, hasta conseguir vencer o morir.


Legionario, legionario que te entregas a luchar

y al azar dejas tu suerte, pues tu vida es sólo azar,
legionario, legionario, de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte,

tendrás siempre por sudario, legionario,

la Bandera nacional

. . . . . . . . . .

. . . . . .

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Bajo el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas

el madrileño espacio celeste del universal firmamento,

entre el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,

tras su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte proseguía su regreso

en solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.



Al ver Cristo la penosa sinrazón

que cegaba a aquellos descarriados ateos de la ilegal hostil concentración,

y por quienes también Él, Amoroso, crucificado murió en deicida pasión,

les habló, humilde y persuasivo, en lo más íntimo de su corazón.



– “En el nombre de Dios Padre y por caridad, hermanos míos,

os pido con toda humildad y la más sentimental fraterna consideración,

que nos dejéis libre paso, a toda la procesión”.



Y en un acto de sensata reflexión, en un acto de ejemplar respeto,

propio de las almas que recapacitan sobre su personal fracaso obsoleto,

disolvieron los concentrados ateos, pacíficamente, su ilegal concentración.



Y, en tranquila paz ciudadana, sin obstáculo ni interrupción,

pasó por la Puerta del Sol toda aquella, religiosa, cristiana procesión;

sin que tuvieran que resolver ninguna anómala situación,

los legionarios de su escolta de honor, los hombres de La Legión.

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Y en aquella última madrugada

de la Jornada Mundial de la Juventud

que, con asistencia de S. S. el Papa y de la curia cardenalicia en plenitud,

en Madrid había sido tan piadosamente celebrada.



Bajo el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas

el madrileño espacio celeste del universal firmamento,

entre el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,

tras su jornada triunfal y concluida ya aquella procesión final,

el Cristo de la Buena Muerte alcanzó el reposo reparador, en su sagrado aposento.



Un profundo silencio de madrugada sosegada envolvía el templo

en donde Cristo, en emotivo reposo, tenía su sagrado aposento.

Un silencio en el que aún podían oírse los ecos, cada vez más tenues,

de las habidas músicas y cantos religiosos procesionales,

y los de las devotas plegarias de los legionarios de su escolta de honor.



Una de cuyas plegarias legionarias, conmovedora, decía,

. . . . . .

Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

. . . . . .

...si algún día Dios te llama
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré.
. . . . . .

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