Por José Antonio Chamorro Manzano
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EL
CRISTO DE LA BUENA MUERTE
Bajo
el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas
el
madrileño espacio celeste del universal firmamento,
entre
el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,
tras
su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte regresaba
en
solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.
En
el medio del camino, en la popular Puerta del Sol, algo lejos todavía,
una
concentración ilegal atea surgido había, un rebaño de ovejos parecía;
y el cerrarle el paso al Cristo, ella con sus
siniestros manejos pretendía.
–
Oficial, no se va a poder pasar. En la Puerta del Sol, está mal la situación.
Comunicó
un mando policial, maniatado por el gobierno de la Nación.
–
¡El Cristo está en su derecho y en su necesidad de paso
y
le escolta La Legión!
Respondió
con serena firmeza el Oficial al mando de la escolta de honor,
consciente
de su obligación.
–
Y hágaselo usted saber a quien tenga la jurisdicción.
Si
al llegar el Cristo allí, encontramos obstáculo o interrupción,
mis
hombres, los legionarios, apartarán todo lo que impida el libre paso a la procesión.
¡Va
en ello el derecho de paso de Cristo en crucifixión!
¡Van
en ello el honor del pueblo creyente y el de La Legión!
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Bajo
el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas
el
madrileño espacio celeste del universal firmamento,
entre
el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,
tras
su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte proseguía su regreso
en
solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.
Entonces
se oyeron vibrar los sones de esa marcial legionaria canción,
que
también es sentida plegaria que elevan con su mayor devoción
quienes
sabedores de los riesgos mortales que exige su militar profesión
¡Encomiendan
el azar de su suerte,
al
Amor del Cristo de la Buena Muerte!
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. . . . .
Soy
valiente y leal legionario, soy soldado de brava Legión,
pesa en mi alma doliente calvario que en el fuego busca redención.
Mi divisa no conoce el miedo, mi destino tan solo es sufrir,
mi bandera luchar con denuedo, hasta conseguir vencer o morir.
pesa en mi alma doliente calvario que en el fuego busca redención.
Mi divisa no conoce el miedo, mi destino tan solo es sufrir,
mi bandera luchar con denuedo, hasta conseguir vencer o morir.
Legionario, legionario que te entregas a luchar
y
al azar dejas tu suerte, pues tu vida es sólo azar,
legionario, legionario, de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte,
legionario, legionario, de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte,
tendrás
siempre por sudario, legionario,
la
Bandera nacional
. . . . . . . . . .
. . . . . .
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Bajo
el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas
el
madrileño espacio celeste del universal firmamento,
entre
el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,
tras
su jornada triunfal el Cristo de la Buena Muerte proseguía su regreso
en
solemne procesión, en busca de reposo reparador, a su sagrado aposento.
Al ver Cristo la penosa sinrazón
que cegaba a aquellos descarriados ateos
de la ilegal hostil concentración,
y por quienes también Él, Amoroso,
crucificado murió en deicida pasión,
les habló, humilde y persuasivo, en lo más
íntimo de su corazón.
– “En el nombre de Dios Padre y por
caridad, hermanos míos,
os pido con toda humildad y la más
sentimental fraterna consideración,
que nos dejéis libre paso, a toda la
procesión”.
Y en un acto de sensata reflexión, en un
acto de ejemplar respeto,
propio de las almas que recapacitan
sobre su personal fracaso obsoleto,
disolvieron los concentrados ateos,
pacíficamente, su ilegal concentración.
Y, en tranquila paz ciudadana, sin
obstáculo ni interrupción,
pasó por la Puerta del Sol toda aquella,
religiosa, cristiana procesión;
sin que tuvieran que resolver ninguna
anómala situación,
los legionarios de su escolta de honor, los
hombres de La Legión.
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Y
en aquella última madrugada
de
la Jornada Mundial de la Juventud
que,
con asistencia de S. S. el Papa y de la curia cardenalicia en plenitud,
en
Madrid había sido tan piadosamente celebrada.
Bajo
el reluciente dosel nocturno que cubría engalanado de estrellas
el
madrileño espacio celeste del universal firmamento,
entre
el fervor popular y con escolta legionaria desfilando a paso lento,
tras
su jornada triunfal y concluida ya aquella procesión final,
el
Cristo de la Buena Muerte alcanzó el reposo reparador, en su sagrado aposento.
Un
profundo silencio de madrugada sosegada envolvía el templo
en
donde Cristo, en emotivo reposo, tenía su sagrado aposento.
Un
silencio en el que aún podían oírse los ecos, cada vez más tenues,
de
las habidas músicas y cantos religiosos procesionales,
y
los de las devotas plegarias de los legionarios de su escolta de honor.
Una
de cuyas plegarias legionarias, conmovedora, decía,
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. . . . .
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
. . . . . .
...si algún día Dios te llama
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré.
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